miércoles, marzo 29, 2006

29 de Marzo

No me doy ni cuenta y otra vez es 29 de marzo.

Para la prensa aparatosa, para los que se empeñan en la memoria que arde, para el que mira distraídamente las noticias, es el Día del Joven Combatiente.

Yo cierro los ojos un segundo y siento el mismo día pero hace 21 años.

Suena el teléfono. Una amiga, con voz temblorosa me pregunta si podía comprobar que el Eduardo Vergara, muerto con su hermano en las noticias, era el mismo Eduardo del Pedagógico, nuestro querido Pelao Vergara. A esas alturas, ya tenía la confirmación, así que, ahogando un sollozo, le dije que sí.

Abro los ojos y veo al Pelao de pie sobre las mesas del casino, desatando alguna de sus proclamas que terminaban, irremediablemente, en la esquina de Macul con Grecia, en medio del humo de neumáticos quemados y bombas lacrimógenas.

Vuelvo al hoy, 21 años que pasan como un largo suspiro de pena. Es tan fácil santificar a los muertos, convertirlos en héroes intocables, luego en logotipo, en figurita para decorar un muro o una bandera. Es tan fácil hablar y actuar en nombre de los muertos, porque ellos no están aquí para dar su opinión.

Claro, ahora se habla del Joven Combatiente, se lucha, se quema y se saquea en su “santo” nombre. Pero, ¿qué queda de Eduardo y Rafael Vergara Toledo? ¿Qué queda de esa juventud en llamas de los ochenta, mi propia juventud?

No me atrevo a hacer un diagnóstico final. Se nos duplicó la edad, la vieja lucha por cambiar el mundo se transformó en una pequeña pelea por llegar a fin de mes. Algunos dicen que nos vendimos en bloque, que bajamos los brazos, que se nos pasó la vieja en moto, en fin. Sufrimos lo mismo que hicimos sufrir a los que nos antecedieron, los jóvenes de hoy pasan la cuenta. No quiero dar cátedra de nada. Sólo siento que nos hace falta el Pelao Vergara, para seguir, como en esos años, la discusión sin fin sobre lo que debíamos hacer y no hacer.

Tampoco me siento capaz de decir a ciencia cierta si la furia que se desata cada 29 de marzo en Villa Francia sea algo solamente relacionado con delincuencia y drogadicción. Nosotros mismos en aquellos años fuimos descalificados y tratados como vándalos y lumpen, pero si hoy alguien por ahí declara abiertas las grandes alamedas, por supuesto que gran parte de eso viene marcado por la sangre de muertos como los Vergara, marcado por el halo negro de un neumático que ardió en alguna noche peligrosa.

No quisiera que a causa del huracán de móviles televisivos que muestran los desordenes en Villa Francia se nos olvide que todo eso, bien o mal, es para recordar a dos chicos que fueron asesinados a mansalva y sin tener la menor opción de defenderse. Para los que fuimos parte activa de ese tiempo, protagonistas en definitiva, Eduardo Vergara siempre nos hará falta. ¿Qué sería de él ahora? ¿Un cautivador profe de historia que seduciría con su verbo a los alumnos para que se atrevan a entender los procesos? ¿Sería un funcionario de algún organismo estatal? ¿Se abocaría de lleno en la comunidad de base como el cristiano comprometido que era? Lo cierto es que él y sus dos hermanos ya no están, y nos hacen falta.

El funeral de los hermanos Vergara fue uno de los ritos mortuorios más impresionantes de los que yo tenga memoria. Los dos ataúdes fueron llevados en hombros por sus compañeros, familiares, vecinos y amigos, en el largo trayecto entre Villa Francia y el Cementerio General. La columna de gente transmitía un dolor y una rabia contenida de tal densidad que la ciudad le fue abriendo el paso con respeto y no poco miedo. Aún recuerdo cuando pasamos frente a la Novena Comisaría, en avenida La Paz. El cuartel estaba completamente cerrado, ni un alma se asomó a mirar el cortejo, como si el espanto y la vergüenza les impidiera dar la cara, ni siquiera escondida tras un caso o una máscara antigás.

Luego, en medio de los proletarios nichos, los discursos no se concentraron ni en el odio ni en la venganza, sino que en la esperanza y en el saber hacer las cosas, en ser parte de un proceso con la mente clara y el corazón limpio. Se destacaron allí las palabras del mayor de los Vergara, Pablo, quien resumió el punto en que “hay que ser fuertes, pero también hay que ser inteligentes”. En esos tiempos, los funerales de las víctimas de la dictadura solían terminar en enfrentamientos con carabineros. Pablo Vergara, con los ojos brillosos de dolor, dijo que no era el momento, que mejor volviésemos en paz a nuestras casas. Y la muchedumbre, los indomables pobladores de Villa Francia, los enrabiados, los humillados, los que querían tomarse el cielo por asalto, le hicieron caso y se dispersaron en un atardecer tan gris, cargando en silencio el fardo del dolor. Años después, el mismo Pablo Vergara también murió, en el sur de Chile, en extrañas circunstancias, destrozado por una bomba. Quedaba claro que en estas tierras, un dolor nunca es suficiente. Hay dos, hay tres, hay cinco y seis, siempre hay más.

Aquellos días de marzo de 1985 fueron especialmente desgarradores. De hecho, en su momento la muerte de Eduardo y Rafael Vergara pasó bastante colada, en medio de la conmoción que causó el secuestro y posterior degollamiento de tres profesionales comunistas. Además, en un falso enfrentamiento, fue muerta una joven militante del MIR.

El periodismo chatarra, el facilismo informativo y el hipnotismo mediático van a hacer que esta misma noche todo se centre en los vándalos que encienden sus fuegos en la avenida Cinco de Abril de Estación Central. Sería más fácil justificar esa visión si buena parte de lo que motivó la lucha y la inmolación de los Vergara fuese parte del pasado. Pero esas mismas calles, el resto del año, cuando no es el día del Joven Combatiente, son testigos de la marginación, el desdén social, la abismante desigualdad. Y, te guste o no, mientras eso persista, nos seguirá haciendo falta otro Eduardo Vergara que se pare sobre la mesa a proclamar que esto es insoportable y que hay que salir a dar la pelea. Ahora mismo escucho por la radio la voz desgarrada de Ana Toledo (madre de los Vergara), reclamando por justicia. Entiendan, entendamos, cada una de sus palabras gritadas a todo lo que da su alma.

Eran días oscuros, tan oscuros que su sombra aún nos nubla la mirada. Pero, ¿saben?: no pensamos olvidar. Insisto. No voy a dejar que el sensacionalismo barato cubra el recuerdo, la sonrisa, las ganas de vivir y la fuerza de Eduardo Vergara Toledo. Cuando hablen del Joven Combatiente, yo puedo decir que conocí a ese Joven Combatiente, y que sé por qué cosas combatió y murió. Todo está pendiente, Pelao, todo está pendiente. Las diferencias que nos hacían discutir “fraternalmente”, se fueron haciendo casi invisibles. Ahora solo queremos estar vivos y contentos. Pelao, te extrañamos. En medio el humo de las barricadas de esta noche, te veo venir.

miércoles, marzo 15, 2006

Otro reencuentro

Caminaba por la calle San Antonio y me topé con un tal Marcelo S.

Pelado, algo flaco, un leve tono verde en la piel, vestido de abogado (o sea, como visten a los abogados en las malas películas del género que llaman "negro"), acompañado a paso cansino por un guatón idénticamente calvo, con cara de haber estudiado donde mismo estudié yo, la UPLA.

Los dos hicieron considerables esfuerzos por esquivarme, pero yo no me rendí y los saludé por puro molestar.

Se notó de hecho la molestia, la mirada lejana, como esperando a alguien, apurando la despedida e interesándose nada en uno. Notable.

Supongo que algo tenía que ver mi aspecto como de reponedor de supermercado recién salido del turno, mientras ellos parecían triunfadores en una calle llena de peruanitos y putitas de la tercera edad.

Dios los ampare.

martes, marzo 14, 2006

de paseo por el centro de santiago

Hoy pasó lo siguiente:
compré unas zapatillas en una liquidación de por ahí. Fueron cinco lucas.
Luego, caminé por todo el cento de Santiago de Chile, vitrineando estupideces vaias (pilas recargables, rifles a aire comprimido, herramientas chinas). Me enconté con un par de conocidos de mis tiempos de la universidad. Los saludé contra su voluntad, se me arrancaban. Tenían cara de exitosos los dos: ambo caro, calvicie, hablar autosuficiente. Yo, de polera y mochila, debo haber parecido muy decadente para su look fascinante. Enfin.
Luego, fente a una vitrina, una prostituta se me acercó y, tomándome la barba, me dijo "hola, ¿vamos a hechar una cacha?"
La miré, me miró y agregó: "¿Estai enojao? ¡Si se te va a pasar!"
Decliné su invitación y seguí el paseo.
Allí me dí cuenta de que la galería comercial donde paseaba, estaba llena de chicas (no tan chicas) como esta. Una arrinconaba a un señor contra un pilar, mientras le cantaba "tiré mi pañuelo al río, paras mirarlo cómo se hundía".
Lindo día de marzo.
Saludos a todos.

viernes, marzo 10, 2006

mi terremoto de 1985

20 años recién cumplidos. Con un amigo de aquellas épocas nos encontrábamos en un local de videojuegos. Eramos los más viejos de la concurrencia, ya que los demás eran definitivamente pendejos. Quizás por eso me tome el asunto con calma, manteniendo a raya el pavor de los cabros chicos.

Frente a nuestros ojos los cables y los postes bailaban. Aún no terminaba de moverse la tierra cuando ya había estallado un incendio en una casa cercana: sirenas y humo negro, y el suelo que se movía.

Esa tarde le perdí el miedo a los temblores (¿te das cuenta cómo cuesta perder el miedo? Hay temores que los perdí recién en diciembre del año pasado).

Para la memoria queda lo siguiente: a una pareja de amigos se les cayó la casa. Nosotros nos dedicamos a despejar las ruinas de la vivienda, para poder recibir luego la casita de madera que regalaba la municipalidad. Fueron como quince días de trabajo sol a sol. Primero iba un lote grande de socios, pero al final de ese período eramos solo tres más los dueños de casa los que nos manteníamos fieles.

Trabajabamos felices mientras un hermano de la dueña de casa ponía música a todo tarro. Recuerdo mucho a YES, por ejemplo. Había una cuñada hermosa, trotskista y morena. Yo la amé culpablemente: yo era comunista y menor que ella, además de que era casada con el improvosado DJ. En fin.

Los milicos no querían que la gente del barrio sacara sus escombros, supongo que por no datr mala imagen. Nosotros encabezamos la rebelión civil llenando la calle de despojos. Los vecinos nos siguieron. Con eso forzamos a que mandaran máquinas a despejar. La calle en que estábamos se llamaba Esperanza.

Se supone que había toque de queda, pero los pelados no pescaban a los que nos paseabamos en el horario prohibido con herramientas y carretillas, ayudándonos los unos a los otros.

El asado final fue una ceremonia sentida e íntima, en que nos juramos amistad y amor eterno. Habían réplicas que aún mareaban el caminar de los celebrantes. La casa nueva, de madera, nos acogía.

Con el tiempo, todo desapareció. La casa, la amistad, la calle, todo. Hace años que no veo a nadie de ese lote. Hace años que no tiembla tan fuerte en Santiago.

jueves, marzo 09, 2006

Mensaje Para Chilico

Mijo:
recibí mensaje a mi correo pero en calidad de "Anónimo".

Escríbeme directamente a urbanomatus@gmail.com

o ve el blog:
http://blogciudadesinvisibles.blogspot.com/

miércoles, marzo 01, 2006

qué hacía yo mientras Lennon era asesinado

El día en que mataron a Lennon yo estaba acampando con unos amigos en Cuncumén. Allá no llegaba ni media información de nada, así que recién al otro día, al bajar a Melipilla pude leer los titulares que a esas alturas recocían la muerte del ídolo, haciendo conjeturas sobre un tal Chapman. Sentí una pena tremenda, más encima con la sensación extraña de estar llegando atrasado a una tragedia que preferiría haber vivido en tiempo real. Ahora pienso que eso me valió tener un día menos de luto que el resto de los viudos lennonistas del mundo.

Concretamente, a la hora en que asesinaban a Lennon, yo andaba entre los cerros del secano costero, en plena tiniebla veraniega. Anduve solo en esa oscura soledad. Esa noche, esa mismísima noche, le perdí el miedo a la oscuridad. Claro que ya era bastante viejito (casi 16 años), pero nunca es tarde.

Caminando a tientas entre los espinos, apenas alumbrado por estrellas, comprendí que las sombras que salían ami paso eran solo eso. La caminata la, hice para volver desde un boliche cercano al lugar donde acampabamos. Cuando llegué no le conté a nadie mi logro. Después de todo, a esa edad lo que corresponde es hacerse el canchero, y no iba a andar reconociendo mi recién adquirida fortaleza.

Recuerdo que más tarde, en algún momento, alguien sacó unas bengalas y las lanzó hacia la noche chilenita. Las estrellas se sonrieron. Yo también. Brindamos con jugo Yupi. A esa hora, Lennon ya estaba muerto.

Luego, lo del otro día. Parece que la historia la conté al revés. O la viví al revés. No sé.

Un abrazo.

Salud y anarquía.