viernes, marzo 10, 2006

mi terremoto de 1985

20 años recién cumplidos. Con un amigo de aquellas épocas nos encontrábamos en un local de videojuegos. Eramos los más viejos de la concurrencia, ya que los demás eran definitivamente pendejos. Quizás por eso me tome el asunto con calma, manteniendo a raya el pavor de los cabros chicos.

Frente a nuestros ojos los cables y los postes bailaban. Aún no terminaba de moverse la tierra cuando ya había estallado un incendio en una casa cercana: sirenas y humo negro, y el suelo que se movía.

Esa tarde le perdí el miedo a los temblores (¿te das cuenta cómo cuesta perder el miedo? Hay temores que los perdí recién en diciembre del año pasado).

Para la memoria queda lo siguiente: a una pareja de amigos se les cayó la casa. Nosotros nos dedicamos a despejar las ruinas de la vivienda, para poder recibir luego la casita de madera que regalaba la municipalidad. Fueron como quince días de trabajo sol a sol. Primero iba un lote grande de socios, pero al final de ese período eramos solo tres más los dueños de casa los que nos manteníamos fieles.

Trabajabamos felices mientras un hermano de la dueña de casa ponía música a todo tarro. Recuerdo mucho a YES, por ejemplo. Había una cuñada hermosa, trotskista y morena. Yo la amé culpablemente: yo era comunista y menor que ella, además de que era casada con el improvosado DJ. En fin.

Los milicos no querían que la gente del barrio sacara sus escombros, supongo que por no datr mala imagen. Nosotros encabezamos la rebelión civil llenando la calle de despojos. Los vecinos nos siguieron. Con eso forzamos a que mandaran máquinas a despejar. La calle en que estábamos se llamaba Esperanza.

Se supone que había toque de queda, pero los pelados no pescaban a los que nos paseabamos en el horario prohibido con herramientas y carretillas, ayudándonos los unos a los otros.

El asado final fue una ceremonia sentida e íntima, en que nos juramos amistad y amor eterno. Habían réplicas que aún mareaban el caminar de los celebrantes. La casa nueva, de madera, nos acogía.

Con el tiempo, todo desapareció. La casa, la amistad, la calle, todo. Hace años que no veo a nadie de ese lote. Hace años que no tiembla tan fuerte en Santiago.