Tookie Williams
El mensaje ha sido enviado una vez más, y que no queden dudas, señoras y señores: la mano sigue dura allá en el norte. Lo anuncian en la tele, por boca de otro actor-gobernador que, entregado el anuncio, se esfuma tras los créditos de su superproducción.
Tookie, el asesino, Tokkie el escritor, Tokkie el símbolo de una lucha perdida, recibió en la madrugada su inyección letal. Del sueño a la muerte, de la muerte a la primera plana, y de allí, quién sabe si al olvido o la memoria.
Estados Unidos, donde una inmensa cantidad de personas se declaran “cristianos renacidos”, feligreses de la religión del perdón, acaba de ejecutar a Tookie, después de decenas de años de espera y apelaciones en el pasillo de la muerte. Seguramente luego pasará a ser sólo una noticia más. Total, diciembre suele ser generoso en fallecimientos en todos lados del planeta. Qué más da uno más que muerda el polvo. La justicia no sólo debe de ser ciega. También es necesario que sea dura e inflexible. En definitiva, se necesita que la justicia sea lo que es: una estatua.
Insisto: el mensaje ha sido dado. Pandilleros de California y de toda la Unión Americana, ya lo saben. No se rediman. No se reeduquen. No crezcan, no despierten, no pretendan ser ejemplo para nadie, no digan que hay una esperanza. Manténganse así, crueles y sanguinarios hasta el final, no crean que alguna vez la puerta se abrirá. Perseveren en lo suyo. Lo hecho, hecho está.
Es más: no se les ocurra crecer intelectualmente, ni menos intenten rehabilitarse por la literatura. Los libros, los propios y los ajenos, no salvarán una sola vida. Ya está claro, el actor-gobernador fue lo suficientemente explícito. Ninguno de los textos que Tookie escribió para orientar a los jóvenes en riesgo social de su país logró mover un pelo de la estatua. Ella sigue allí, apuntando con sus ojos vacíos hacia el corredor de la muerte, donde una luz fluorescente señala el final.
Quizás el mismo actor- gobernador, en su intimidad, lamente la oportunidad perdida de haber ejecutado a un Premio Nobel de la Paz o de Literatura. Si la Academia Sueca se hubiese decidido en su momento, el espectáculo hubiese sido incluso más llamativo de lo que ya es. Y como castigo ejemplarizador no habría estado nada de mal. En todo caso, la lista de espera para el ajusticiamiento es larga. Quizás salga de entre ellos otro Tookie, para escarmiento de la pecadora humanidad.
Los hombres muertos siguen caminando, dentro y fuera de las cárceles de Babilonia.
Último e insistente llamado: no te redimas, no cambies, no crezcas. Welcome hell.
Tookie, el asesino, Tokkie el escritor, Tokkie el símbolo de una lucha perdida, recibió en la madrugada su inyección letal. Del sueño a la muerte, de la muerte a la primera plana, y de allí, quién sabe si al olvido o la memoria.
Estados Unidos, donde una inmensa cantidad de personas se declaran “cristianos renacidos”, feligreses de la religión del perdón, acaba de ejecutar a Tookie, después de decenas de años de espera y apelaciones en el pasillo de la muerte. Seguramente luego pasará a ser sólo una noticia más. Total, diciembre suele ser generoso en fallecimientos en todos lados del planeta. Qué más da uno más que muerda el polvo. La justicia no sólo debe de ser ciega. También es necesario que sea dura e inflexible. En definitiva, se necesita que la justicia sea lo que es: una estatua.
Insisto: el mensaje ha sido dado. Pandilleros de California y de toda la Unión Americana, ya lo saben. No se rediman. No se reeduquen. No crezcan, no despierten, no pretendan ser ejemplo para nadie, no digan que hay una esperanza. Manténganse así, crueles y sanguinarios hasta el final, no crean que alguna vez la puerta se abrirá. Perseveren en lo suyo. Lo hecho, hecho está.
Es más: no se les ocurra crecer intelectualmente, ni menos intenten rehabilitarse por la literatura. Los libros, los propios y los ajenos, no salvarán una sola vida. Ya está claro, el actor-gobernador fue lo suficientemente explícito. Ninguno de los textos que Tookie escribió para orientar a los jóvenes en riesgo social de su país logró mover un pelo de la estatua. Ella sigue allí, apuntando con sus ojos vacíos hacia el corredor de la muerte, donde una luz fluorescente señala el final.
Quizás el mismo actor- gobernador, en su intimidad, lamente la oportunidad perdida de haber ejecutado a un Premio Nobel de la Paz o de Literatura. Si la Academia Sueca se hubiese decidido en su momento, el espectáculo hubiese sido incluso más llamativo de lo que ya es. Y como castigo ejemplarizador no habría estado nada de mal. En todo caso, la lista de espera para el ajusticiamiento es larga. Quizás salga de entre ellos otro Tookie, para escarmiento de la pecadora humanidad.
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