Se me cayó el caset
Hace rato que se dice que la era del caset llegó a su fin. Pero, ¿por qué los sistemas de audio caseros siguen teniendo casetera? ¿Por qué sigo viendo por todas partes gente con pérsonal estéreo reproduciendo cintas?
Como a dos cuadras de mi casa, justo en un espacio perdido y sin tiempo dentro de una gasolinera, instalaron una carpa en la que venden ofertas de audio y video. Una liquidación de campaña, con una variada oferta de toda clase de sonidos.
Haciendo el cuento corto, no pude evitar hundirme en la góndola de los quinientos pesos, donde nadé en una marea de cintas. Desde cantos religiosos ortodoxos hasta una casi histórica grabación de Diva se me venían en olas sonoras. Un buen montón de nombres chantas, actos fallidos de la canción pop interplanetaria, rebalsaban la canasta. Al final de la exploración, me quedé con un par de ejemplares de buen blues. Por luca me hice de un Howlin`Wolf notable (London Sessions), y un registro de 1935 de Blind Boy Fuller. Joyas.
Y bien entonces. El tema es la obsolescencia. Escribo esto mientras la nobleza del caset despliega su equipaje acústico. No soy de los que cree que todo tiempo pasado fue mejor, y menos en cuanto a tecnología. Pero el cuento es cómo uno se deja llevar por la vorágine de la novedad y da por cerradas etapas que aún viven y respiran. El caset tiene su montón de imperfecciones, pero es claro que todos tenemos por allí registros imprescindibles que en una de esas no nos atrevemos a tocar de nuevo por miedo a aparecer como obsoletos, Confiamos en que el CD suena mejor, o que el DVD trae más cosas y toda esa parafernalia que cada cierto tiempo nos venden.
El avance tecnológico, su oferta y su demanda, provocan una ventolera que lleva y trae verdades que duran lo que dura un comercial. Uno, como simple peatón, trata de que tener registros, documentos, en definitiva, busca la posibilidad de repetir una y otra vez la experiencia, la sensación, el raspado del momento.
Y a la hora del balance, la fidelidad de lo que sale por los parlantes no es lo más importante. Los desafío a ir y tomar alguna de las viejas grabaciones, algún pirateo de la radio, la copia trucha de ese disco inmortal en una cinta que aún se resiste a morir, y ver si el sentimiento original no se revive en cada vuelta del caset.
Quizás el mayor problema sea cómo se comporta el mercado con respecto a esto. Es decir, se inventan y se inventan formatos, desde los cilindros de cera de Edison hasta las memorias flash de hoy, y se registran y se registran datos. Y el mercado, suavemente mecido por las generaciones que pasan y pasan, deja abandonados los formatos, las maneras y los materiales en los que se graba.
Con el caset tenemos suerte: aún quedan cientos de miles de aparatos para escucharlos, pero con los vinilos ya es difícil. Y cosas más raras ya están declaradamente en extinción: cintas de carrete abierto, cartridges de audio, laser disc, betamax y otros bichos raros esperan en archivos secretos la máquina que venga a redimirlos.
Aún nos falta reinventar los grandes registros que han durado cientos de años, y no me refiero sólo al sonido, sino que a la información en su estado más básico y poderoso, que sigue siendo el texto. Una piedra grabada hace miles de años, una estela funeraria en metal o en cerámica, aún pueden ser examinadas. Un libro impreso en 1945 se puede leer sin dificultades abrumadoras. ¿Puedes escuchar un disco de la misma edad?
La duda está planteada, pero más bien a nivel de sociedad, de especie humana casi. Estamos empeñados en almacenar, pero eso lo hacemos para una posteridad cada vez más ilusoria. Quién sabe si en diez años más podremos leer los archivos que hoy grabamos en el computador. Ya hay casos de datos que quedaron obsoletos al estar en formatos y soportes que ya no están en uso. Entonces, con cada evolución hay que volver a transcribir todo y rapidito, esperando que la próxima vuelta nos pille preparados.
Mientras eso pasa, yo me paro a dar vuelta la cinta. Acaba de sonar el tema “Built for comfort”, y allá, en el lado B, me espera “Who´s been talking”. En la pantalla del Macintosh del 91 me espera este texto para que lo termine. Aún tenemos casetera, ciudadanos.
Como a dos cuadras de mi casa, justo en un espacio perdido y sin tiempo dentro de una gasolinera, instalaron una carpa en la que venden ofertas de audio y video. Una liquidación de campaña, con una variada oferta de toda clase de sonidos.
Haciendo el cuento corto, no pude evitar hundirme en la góndola de los quinientos pesos, donde nadé en una marea de cintas. Desde cantos religiosos ortodoxos hasta una casi histórica grabación de Diva se me venían en olas sonoras. Un buen montón de nombres chantas, actos fallidos de la canción pop interplanetaria, rebalsaban la canasta. Al final de la exploración, me quedé con un par de ejemplares de buen blues. Por luca me hice de un Howlin`Wolf notable (London Sessions), y un registro de 1935 de Blind Boy Fuller. Joyas.
Y bien entonces. El tema es la obsolescencia. Escribo esto mientras la nobleza del caset despliega su equipaje acústico. No soy de los que cree que todo tiempo pasado fue mejor, y menos en cuanto a tecnología. Pero el cuento es cómo uno se deja llevar por la vorágine de la novedad y da por cerradas etapas que aún viven y respiran. El caset tiene su montón de imperfecciones, pero es claro que todos tenemos por allí registros imprescindibles que en una de esas no nos atrevemos a tocar de nuevo por miedo a aparecer como obsoletos, Confiamos en que el CD suena mejor, o que el DVD trae más cosas y toda esa parafernalia que cada cierto tiempo nos venden.
El avance tecnológico, su oferta y su demanda, provocan una ventolera que lleva y trae verdades que duran lo que dura un comercial. Uno, como simple peatón, trata de que tener registros, documentos, en definitiva, busca la posibilidad de repetir una y otra vez la experiencia, la sensación, el raspado del momento.
Y a la hora del balance, la fidelidad de lo que sale por los parlantes no es lo más importante. Los desafío a ir y tomar alguna de las viejas grabaciones, algún pirateo de la radio, la copia trucha de ese disco inmortal en una cinta que aún se resiste a morir, y ver si el sentimiento original no se revive en cada vuelta del caset.
Quizás el mayor problema sea cómo se comporta el mercado con respecto a esto. Es decir, se inventan y se inventan formatos, desde los cilindros de cera de Edison hasta las memorias flash de hoy, y se registran y se registran datos. Y el mercado, suavemente mecido por las generaciones que pasan y pasan, deja abandonados los formatos, las maneras y los materiales en los que se graba.
Con el caset tenemos suerte: aún quedan cientos de miles de aparatos para escucharlos, pero con los vinilos ya es difícil. Y cosas más raras ya están declaradamente en extinción: cintas de carrete abierto, cartridges de audio, laser disc, betamax y otros bichos raros esperan en archivos secretos la máquina que venga a redimirlos.
Aún nos falta reinventar los grandes registros que han durado cientos de años, y no me refiero sólo al sonido, sino que a la información en su estado más básico y poderoso, que sigue siendo el texto. Una piedra grabada hace miles de años, una estela funeraria en metal o en cerámica, aún pueden ser examinadas. Un libro impreso en 1945 se puede leer sin dificultades abrumadoras. ¿Puedes escuchar un disco de la misma edad?
La duda está planteada, pero más bien a nivel de sociedad, de especie humana casi. Estamos empeñados en almacenar, pero eso lo hacemos para una posteridad cada vez más ilusoria. Quién sabe si en diez años más podremos leer los archivos que hoy grabamos en el computador. Ya hay casos de datos que quedaron obsoletos al estar en formatos y soportes que ya no están en uso. Entonces, con cada evolución hay que volver a transcribir todo y rapidito, esperando que la próxima vuelta nos pille preparados.
Mientras eso pasa, yo me paro a dar vuelta la cinta. Acaba de sonar el tema “Built for comfort”, y allá, en el lado B, me espera “Who´s been talking”. En la pantalla del Macintosh del 91 me espera este texto para que lo termine. Aún tenemos casetera, ciudadanos.
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