Welcome to the Jungle
Cuando un trámite de rutina se transforma súbitamente en un desbande selvático de niñas, todo comienza mal. Cuando esto sucede en uno de los mejores colegios municipalizados de Chile, con muy buen Simce, la cosa se ve peor. Y si, más encima, ese colegio pertenece a una municipalidad rica y dirigida por un militar retirado, de esos que veneran el orden, la cosa ya se pone demasiado espesa.
Me refiero a lo que sucedió hace unos días en el Liceo Carmela Carvajal, de Providencia. Fui a acompañar a mi hija a rendir su examen de admisión para séptimo básico. Soy parte del ni tan selecto grupo de gentes que quieren para sus retoños una educación de excelencia pero no tienen las monedas para hacerlo en un liceo pagado. Entonces, la opción de un colegio como el Carmela se asoma interesante pero difícil. Siendo uno de los mejores diez colegios municipalizados del país, la demanda es grande. No, no es grande: es muy grande. Y la oferta es pequeña: cerca de 200 cupos para unas cuatro mil postulantes.
Y bien: el día señalado para rendir la prueba de admisión, el colegio no fue capaz de generar un eficiente flujo de la información como para que las niñas supiesen en cuál sala les correspondía presentarse. Para obtener ese dato, debían entrar a un pequeño patio donde cuatro precarias pizarras mostraban el listado de nombres. Sin presencia de adultos visibles que ordenaran el cuento (llámense profesores, inspectores o auxiliares), el trámite se transformó en segundos en un casi desbande. Las chicas debían entrar por una estrecha puerta, casi peleando unas contra las otras para hacerlo. Luego, se formaba otro tumulto para ver las listas. Imagínense miles de niñas haciendo esto.
Mientras, madres, padres y apoderados veíamos este desorden desde el otro lado de la reja. Claro, uno como padre puede ver de manera más sensible lo que pasa con su hija, pero creo que objetivamente eso era un despelote. Afortunadamente no hubo problemas mayores que lamentar, pero en realidad las condiciones para un desastre estaban más que dadas. Miles de chicas desorientadas y apretujadas, luchando por un puesto, sin nadie que orientara ni tratara de poner un mínimo orden.
Con ese caos de niñas frente a mis ojos no pude dejar de imaginarme por dónde entraba la excelencia en un proceso así de negligente. Se supone que el Carmela Carvajal busca ser el primer colegio municipalizado de Chile, superando al Instituto Nacional. Pero creo que hay trampa si esa excelencia no se manifiesta en lo básico que es generar un proceso de admisión que fluya sin contratiempos y sin poner en riesgo la integridad física de las postulantes. A menos que me digan que, en un proceso darwiniano de selección natural, la batalla de empujones de ese día sea el primer filtro natural para que entren las más aptas, desechando a las que no son capaces de sobrevivir en esta selva. Pueden creer que exagero, pero con lo que vi ese día, me bastó para hacerme una impresión, e imaginar lo que hubiese ocurrido si, por ejemplo, justo en ese momento hubiese temblado.
Y todo eso multiplíquenlo por dos, ya que esa misma confusión se produjo a la salida.
Y el punto no pasa por la masividad de la concurrencia. NO es así ya que otros colegios con demanda similar son capaces de ordenarse de tal forma que no se provocan estos tumultos. No es que no se haga cola, pero esta fluye. Y hay información clara y oportuna, no a última hora. Y hay gente encargada que te orienta, no como en este Liceo, donde lo menos que hay es interés por la gente que quiere ser parte de su comunidad. Me refiero, por ejemplo, a como se da el mismo proceso en el Liceo 1 y en el Instituto Nacional. Estos tienen similar demanda, pero a la hora del examen la cosa no se transforma en una batalla en la cual los alumnos parecen un enjambre de espermatozoides peleando por su oportunidad. Siendo muy extremo, me atrevo a decir que ni siquiera se trata de respeto. Es un poco de sentido común, es querer evitarse problemas, es vivir la excelencia todo el día y no sólo a la hora del Simce.
Me cabe la duda de si en definitiva esto no es síntoma de una institución que actúa como una moledora de carne con materia prima humana. Claro, sigo exagerando a lo mejor, no me gustó ver a mi hija en un momento complicado. Exagero tanto que ya no sé si quiero que entre ahí. Me da mala espina.
Esto lo escribo por puro desahogo. No me interesa hacer una especie de carta abierta a nadie. Que el alcalde Labbé haga lo que quiera. Yo no tengo ni una gana de que mi niña baile al ritmo que esa gente ponga. Seguramente los responsables del Liceo Carmela Carvajal están muy tranquilos y satisfechos por que los resultados académicos los avalan, eso es otro cuento. Lo mismo sus apoderados y, en una de esa, las alumnas. Pero no debieran dejar de estar atentos a que, si cada año la cosa funciona así, tienen mucha suerte de que nadie salga lesionado.
Para terminar, no puedo evitar ponerle banda sonora a esto. Estoy entre “welcome to the jungle” y “another brick in the wall, part 2”. Auspicia, Ilustre Municipalidad de Providencia.
Me refiero a lo que sucedió hace unos días en el Liceo Carmela Carvajal, de Providencia. Fui a acompañar a mi hija a rendir su examen de admisión para séptimo básico. Soy parte del ni tan selecto grupo de gentes que quieren para sus retoños una educación de excelencia pero no tienen las monedas para hacerlo en un liceo pagado. Entonces, la opción de un colegio como el Carmela se asoma interesante pero difícil. Siendo uno de los mejores diez colegios municipalizados del país, la demanda es grande. No, no es grande: es muy grande. Y la oferta es pequeña: cerca de 200 cupos para unas cuatro mil postulantes.
Y bien: el día señalado para rendir la prueba de admisión, el colegio no fue capaz de generar un eficiente flujo de la información como para que las niñas supiesen en cuál sala les correspondía presentarse. Para obtener ese dato, debían entrar a un pequeño patio donde cuatro precarias pizarras mostraban el listado de nombres. Sin presencia de adultos visibles que ordenaran el cuento (llámense profesores, inspectores o auxiliares), el trámite se transformó en segundos en un casi desbande. Las chicas debían entrar por una estrecha puerta, casi peleando unas contra las otras para hacerlo. Luego, se formaba otro tumulto para ver las listas. Imagínense miles de niñas haciendo esto.
Mientras, madres, padres y apoderados veíamos este desorden desde el otro lado de la reja. Claro, uno como padre puede ver de manera más sensible lo que pasa con su hija, pero creo que objetivamente eso era un despelote. Afortunadamente no hubo problemas mayores que lamentar, pero en realidad las condiciones para un desastre estaban más que dadas. Miles de chicas desorientadas y apretujadas, luchando por un puesto, sin nadie que orientara ni tratara de poner un mínimo orden.
Con ese caos de niñas frente a mis ojos no pude dejar de imaginarme por dónde entraba la excelencia en un proceso así de negligente. Se supone que el Carmela Carvajal busca ser el primer colegio municipalizado de Chile, superando al Instituto Nacional. Pero creo que hay trampa si esa excelencia no se manifiesta en lo básico que es generar un proceso de admisión que fluya sin contratiempos y sin poner en riesgo la integridad física de las postulantes. A menos que me digan que, en un proceso darwiniano de selección natural, la batalla de empujones de ese día sea el primer filtro natural para que entren las más aptas, desechando a las que no son capaces de sobrevivir en esta selva. Pueden creer que exagero, pero con lo que vi ese día, me bastó para hacerme una impresión, e imaginar lo que hubiese ocurrido si, por ejemplo, justo en ese momento hubiese temblado.
Y todo eso multiplíquenlo por dos, ya que esa misma confusión se produjo a la salida.
Y el punto no pasa por la masividad de la concurrencia. NO es así ya que otros colegios con demanda similar son capaces de ordenarse de tal forma que no se provocan estos tumultos. No es que no se haga cola, pero esta fluye. Y hay información clara y oportuna, no a última hora. Y hay gente encargada que te orienta, no como en este Liceo, donde lo menos que hay es interés por la gente que quiere ser parte de su comunidad. Me refiero, por ejemplo, a como se da el mismo proceso en el Liceo 1 y en el Instituto Nacional. Estos tienen similar demanda, pero a la hora del examen la cosa no se transforma en una batalla en la cual los alumnos parecen un enjambre de espermatozoides peleando por su oportunidad. Siendo muy extremo, me atrevo a decir que ni siquiera se trata de respeto. Es un poco de sentido común, es querer evitarse problemas, es vivir la excelencia todo el día y no sólo a la hora del Simce.
Me cabe la duda de si en definitiva esto no es síntoma de una institución que actúa como una moledora de carne con materia prima humana. Claro, sigo exagerando a lo mejor, no me gustó ver a mi hija en un momento complicado. Exagero tanto que ya no sé si quiero que entre ahí. Me da mala espina.
Esto lo escribo por puro desahogo. No me interesa hacer una especie de carta abierta a nadie. Que el alcalde Labbé haga lo que quiera. Yo no tengo ni una gana de que mi niña baile al ritmo que esa gente ponga. Seguramente los responsables del Liceo Carmela Carvajal están muy tranquilos y satisfechos por que los resultados académicos los avalan, eso es otro cuento. Lo mismo sus apoderados y, en una de esa, las alumnas. Pero no debieran dejar de estar atentos a que, si cada año la cosa funciona así, tienen mucha suerte de que nadie salga lesionado.
Para terminar, no puedo evitar ponerle banda sonora a esto. Estoy entre “welcome to the jungle” y “another brick in the wall, part 2”. Auspicia, Ilustre Municipalidad de Providencia.
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