lunes, agosto 29, 2005

Piano Bar

El Pájaro me lo copió en un caset infame, en pleno otoño del 85. Yo, que estaba cómodo metido en Yes y Emerson, me resistí, pero luego el punzante golpe de la batería me agarró.
Nada me habría salvado de la influencia de Charly García en ese año, el punto más alto de esa epidemia que algunos expertos aún llaman “rock latino”.
Eran tiempos duros de política callejera, paros, protestas y muertos por docenas mes a mes. Yo era uno más en ese circo color sangre amiga, y me costaba sentir en las venas un deseo de jarana que corría junto a la llamada de la lucha.
Insisto: época agria, sufrida y difícil. Muchos creían que esa banda de sonido debiera haber sido marcial, de combate, como un “Venceremos revisited”.
Me hundo en el recuerdo, y mi pie se empeña en marcar el toque de ese simple rockanrol, mientras García grita que “no es sólo una cuestión de elecciones”.
(Cuando me pidieron que escribiera sobre un disco que marcó mi vida, puesto a seleccionar, quedaron tres finalistas en mi corazón: el de García más “Canción del Sur” de Los Jaivas y “Discipline” de King Crimson. Los otros dos son mejores discos, productos más elaborados, qué se yo, la cosa fina. Pero el pulso que me marca es el de este Piano Bar).
En el momento en que Charly García me comenzó a llegar, supe que algo cambiaba en mi gusto y un poco en mi alma. La gravedad, esa seriedad fatal que marcaba a la juventud en lucha, se me comenzó a resquebrajar.
La pelea siguió como si nada, pero ahora sabíamos que al final, en plena noche, la fiesta era posible, aunque mañana te apagaran la luz definitivamente. Sospecho que “Piano Bar” ha resistido bien el tiempo. Disco eficiente, poderoso y al hueso, casi sin metáforas (ni musicales ni literarias). Crudo y simple. Feliz y descarado. Cinismo pop destinado a gente que necesita con urgencia seguir viva y despierta