miércoles, junio 16, 2010

Sospecho que me ocultan algo, o el fútbol es política...

Sospecho que me ocultan algo. Supongo que algo esconden entre la maraña de goles y cornetas de plástico. No sé qué es. Ocultarán mi propia paranoia, la paranoia de tantos, para que creamos que esto es sólo una manía, mientras el universo entero suspira alrededor de una cancha planetaria.
El presidente acampa entre las ruinas del tsunami. Su hermanito nazi pide la renuncia del ministro judío. Sospecho que me ocultan algo, pero la lesión de Suazo no me deja ver el bosque. Hay unos cuantos que aprueban su par de leyes. Otros suben los pasajes de la locomoción. Y los pingüinos son apaleados en la Plaza Italia de Santiago de Chile, nadie sabe por qué.
Al otro lado del planeta, en las tierras del fútbol, la ex presidenta roba casi tantas cámaras como si acabara de convertirse un gol de increíble factura. Y si antes los emperadores se paseaban desnudos, ahora ella va vestida con la Roja Camiseta. Punto para la señora. Pero igual sospecho que me ocultan algo. Michelle a la distancia justa, de no sé cuántas horas de vuelo. Acá, sus antiguos ministros se apuñalan, se acuchillan, se golpean con el diario. Se hacen zancadillas y emboscadas, en restoranes y cafeterías de lujo moderado. Es la revolución dentro de la revolución. Es un torbellino en plena área. Es buscar al culpable del gran autogol. A ella la aplauden en estadios repletos. Acá no nos alcanza para circo romano, pichanga de los que antes eran palaciegos y ahora sólo son ciegos dándose de palos.
Y el fútbol que llena de rojo las pantallas. Y las calles se desbordan de papel picado y chicos ebrios, que aman a su patria odiando a los peruanos. Son la masa flaite, amorosamente criada y educada por un gobierno tras otro. Marea blanca a veces, marea roja ahora, que exige su parte del festín. Celebra la marca de cerveza barata, el ron tóxico, las camisetas falsificadas en Shangai. Los caballos de la policía cercan el perímetro. Sospecho que me ocultan algo, así que apuro el paso. El aire huele a lacrimógena reciente y se escuchan los rugidos de una multitud que grita Viva Chile, Viva Chile, Viva Chile, pero ¿dónde esta ese Chile? Mirando el fútbol. Oyendo el fútbol. Respirando, tragando, sudando, digiriendo y excretando fútbol. Las anchas alamedas están llenas de fútbol. La muchedumbre me exige que yo grite otro “ce hace i”, y que después les entregue el celular y las tarjetas. Yo zafo a tiempo y huyo hacia zonas menos devastadas. Entró a un café con piernas, donde chicas de todos los países gritan el gol de no sé quién. En el otro lado del mesón, dos ex ministros se ningunean con miradas que dan risa. Es tarde, es tan tarde. O es temprano, muy temprano. Los muertos de hambre lanzan vítores hacia los cielos. Parece que le ganamos a otro país de desventurados. Entonces somos los mejores. Sospecho que me ocultan algo. Vengo viendo el mismo partido desde hace unos veinte o treinta años. Siempre desde el otro lado de la vidriera. La pelota que sale en la pantalla es de lujo. La nuestra, la real, es de plástico feble y baratito, se desinfla al primer golpe. Tiene impreso en relieve el mapa del planeta. Pero yo no sé donde está mi país en ese mapa. El balón se pierde en una esquina. Yo corro a buscarlo, sabiendo, ahora sí, que esta vez me ocultan algo.


Pablo Padilla Rubio

martes, junio 01, 2010

El Rachel Corrie sigue navegando

La flotilla de la cual formaba parte ya ha sido tomada por el enemigo. El destino de esas naves fue funesto y sangriento: las noticias nos empapan con el detalle del ataque. Aún así, el maltrecho navío sigue rumbo a Gaza. Es el “Rachel Corrie”, de 2.800 toneladas de desplazamiento, con su incierta carga de ayuda humanitaria.
Su viaje viene siendo lo que se llama “noticia en desarrollo”, tal como fue el viaje del resto de la flotilla atacada hace unos días por fuerzas aeronavales del Estado de Israel. Pero el desarrollo del viaje del “Rachel Corrie” viene de mucho más atrás.
Concentrémonos de momento sólo en el nombre de la nave. Rachel Corrie fue una joven activista norteamericana, asesinada en 2003, mientras se oponía la demolición de casas palestinas por parte del Ejército Israelí. Tenía 23 años al momento de su muerte. Fue aplastada por un bulldozer.
Llamar así a un barco es marcarlo para el riesgo y, (esperemos que no sea así), el martirio. Pero también un nombre como el de Rachel Corrie convoca espíritus de riesgo y generosidad, frente a la intransigencia del poder y la terquedad de las armas.
El “Rachel Corrie” sigue en ruta hacia una tierra de promesas bestiales, donde los elegidos de un dios carnívoro disparan y después apuntan. Los dueños del mundo toman palco. Todo está escrito y calculado. Siguen brindando en recepciones, cumbres y asambleas de ricachones sonrientes y presidentas sobre producidas. Es el pan, el pan de ellos.
Nosotros estamos acá, en uno de los sobacos del mundo. Nos preocupa la salud del goleador. Es el circo.
El “Rachel Corrie” sigue navegando hacia su destino. Por lo menos su tripulación sabe hacia dónde se dirige su navío.

martes, mayo 11, 2010

¿Combatir la evasión es la solución?

TRANSANTIAGO EN CIFRAS:
DINERO GASTADO EN ESTUDIOS PARA SU IMPLEMENTACIÓN: DIEZ MIL MILLONES DE PESOS , ENTRE 2003 Y 2006
SUBSIDIO ANUAL PARA QUE “FUNCIONE”: TRESCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MIL MILLONES DE PESOS.
COSTO ANUAL TOTAL DE LA EVASIÓN: MIL OCHOCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MILLONES DE PESOS, (MENOS DEL 2% DEL TOTAL DEL SUBSIDIO).

En el momento en que escribo esto, el Transantiago lleva tres años, tres meses y un día de pleno funcionamiento. Pero, más allá del tiempo que lleva instalado, la verdad es que el dichoso sistema no ha dejado de ser un tema, especialmente para nosotros, los usuarios.
Y, por si alguien se quisiera hacer el leso con este asunto, cada cierto tiempo vienen desde arriba a recordarnos el asunto. Y de un amanera que no deja de sorprender. Y, a veces, incluso llega a ofender. Claro: la noticia de hoy es el enorme déficit que Transantiago presenta. Y todo indica que no hará más que mantenerse, si no aumentar. Lo ofensivo viene por el lado de que, según la campaña sostenida en toda clase de medios, la culpa del déficit está en la evasión de pago de una masa de pasajeros. Así de simple: si el sistema está desfinanciado, es por culpa de nosotros, los usuarios. Tanto el que derechamente no paga, como el que, pagando, permite con su pasividad que otros viajen de gratis. De hecho, la campaña incita a que los unos denuncien y acosen a los otros, buscando que los colados cancelen su pasaje.
Es la típica inversión conceptual, que busca convertir a los efectos de un problema en la causa, escamoteando de pasada, la solución a los problemas a partir de la realidad. Porque, según creo, la evasión es un problema mucho más complejo que la simple frescura de la masa. En primer lugar, se borra de un plumazo la responsabilidad de los diseñadores del sistema. Ellos, basándose en un modelo matemático, jugaban a crear distintos escenarios hipotéticos a partir de los cuales dieron forma al engendro que es el Transantiago. En este jugueteo teórico, ellos inventaron una realidad, (creo que era el “Escenario 11”), donde el transporte de una ciudad de más de cinco millones de habitantes, se sostenía con menos de 5 mil micros, con una malla de recorridos escuálidos , largos tiempos de espera y frecuente hacinamiento en los viajes (ya fuese en micros o en el Metro). La realidad, porfiada como ella sola, los ha desmentido durante todo este tiempo: el sistema no funciona.
Y peor aún si consideramos que sus propios ofrecimientos iniciales rara vez se han cumplido. Voy a citar algunos, que son a mi entender de los más importantes.
Se ofreció una tupida red de lugares de recarga para la tarjeta BIP, con cerca de mil puntos en toda la región. Muy por el contrario, los lugares posibles para recargar son escasos y distantes. Más aún, el modelo de negocio planteado es muy poco atractivo como para que los pequeños almaceneros quieran meterse de lleno en él. Esto, debido a que se les exige a los mismo s comerciantes prepagar el monto de los pasajes ofrecidos, con márgenes de ganancia muy reducidos. Además, se les paga con un atraso que torna insostenible un punto BIP en un local modesto.
También se aseguró que por lo menos la mitad de la flota contaría con cobradores automáticos que recibirían monedas, sin dar vuelto. Así, si uno no tenía carga en la tarjeta BIP, podía cancelar en alguna micro. Esta alternativa, como se sabe, brilla por su ausencia, así que si te encuentras con tu tarjeta BIP vacía, no te queda sino colarte, o pedir al chofer que te lleve de buena voluntad hasta el Metro, donde sí se puede recargar.
Claramente los gestores del sistema se creyeron a concho el jueguito del modelo matemático, y no se molestaron en “bajar al llano” para conocer la realidad. Todos recordamos ese ritual típico de la micro amarilla: el dinero que pasaba de mano en mano desde la puerta trasera hasta el chofer, para luego recibir el vuelto y el boleto de regreso. Incluso la gente de regiones se asombraba de la honestidad y el civismo que este gesto entrañaba. ¿En qué momento nos convertimos en esa masa que sólo piensa en colarse en la micro, empujando a todo y a todos? Si los cerebritos a cargo hubiesen conocido en algo el antiguo modo de hacer las cosas, hubiesen puesto validadores en todas las puertas, y asunto resuelto. Tengo la impresión de que ya es tarde como para aplicar esta solución. Demasiado tiempo acostumbrando a una muchedumbre a viajar gratis, quizás ese daño ya está hecho. La implementación de zonas pagas ayuda a mitigar en parte eso, pero estas sólo funcionan en horarios muy limitados. Y, paradójicamente, muchas de esas zonas no tienen cerca un centro BIP donde cargar la tarjeta.
Claro: hablan de la evasión como el gran problema, pero curiosamente, no se ve un gran entusiasmo por el Transantiago para facilitar el pago. ¿No será que el subsidio permanente los tiene acostumbrados a ganar plata fácil? Así, quién quiere salir a cobrar.
Cabe recordar que, entre 2003 y 2006, las mentes iluminadas que armaron esta masiva estafa se gastaron DIEZ MIL MILLONES DE PESOS SÓLO EN ESTUDIOS. Plata que salió de nuestros bolsillos, como corresponde, ya que el Estado paga, con cargo a nuestros impuestos. Y pagamos todos, seamos o no usuarios del sistema. Bien lo saben en las regiones.
Al día de hoy, se estima que, para que el sistema ande (y ande mal, como sabemos), se requiere de un subsidio anual de SEICIENTOS SETENTA MILLONES DE DÓLARES. En plata chilena, son más de TRES CIENTOS CINCUENTA Y CINCO MIL MILLONES DE PESOS. ¿De dónde sale la plata? Adivinen: del mismo bolsillo antes mencionado.
Por eso ofende y enoja que la campaña contra la evasión hable de “meter la mano en el bolsillo de otros”, inculpando directamente a los usuarios. Si la evasión se redujese a CERO milagrosamente, el Transantiago seguiría siendo el bodrio que es, y el déficit disminuiría en una mínima proporción. De hecho, la evasión representa unos MIL OCHOCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MILLONES DE PESOS AL AÑO, menos del 2% del déficit anual.
El gran problema del sistema es la evasión, pero no la del pago. El problema es la evasión de responsabilidades, la evasión de hacerse cargo de un plan mal diseñado y peor ejecutado. Claro, la mayor culpa recae en los gobiernos de la Concertación, que inventaron el engendro. Pero todo indica que el actual gobierno no se va a salir mucho de esa ruta. Total, están metidos en el cuento personajes como Andrés Navarro, que financiaron primero campañas de la Concerta y luego, las de la Alianza. Y ni hablar de las ex autoridades que, de l anoche a la mañana, se transformaron en empresarios del transporte, asesores privados o directamente ejecutivos. En fin. Una vez más, “la izquierda y la derecha unida, jamás serán vencidas”. Y nosotros, esperando una micro utópica que se niega a pasar. Y ojo, que quizás la única forma “decente” de paliar el déficit y evitar el subsidio, sea lo que hoy planteaba el ministro de Transportes, Felipe Morandé: subir la tarifa. Otra vez, la mano de los grandes busca el bolsillo de los pequeños.
Quedan varios puntos pendientes por tratar: el alza de tarifas en detalle, la calidad del servicio, las micros enchuladas, las condiciones laborales del personal de Transantiago, los vendedores ambulantes y cantantes, en fin. Pasan y pasan los años, y Transantiago sigue siendo como la primera vez, hace tres años, tres meses y un día: un asco.

sábado, abril 24, 2010

Muerte de Paul Schaefer

Acaba de morir Paul Schaefer. Él fue el villano de una historia real demasiado parecida al guión de una mala película de clase B. Mesianismo, pedofilia, nazismo, experimentos de científico loco en seres humanos, tortura institucionalizada, arsenales secretos. La sola enumeración del menú completo agota y sorprende. Y todo tras la fachada de la beneficencia y la filantropía, con el sello de un discurso cristiano endulzando cada cucharada de estiércol.
Paul Schaefer murió en la Cárcel de Alta seguridad. Algo es algo, podríamos decir. Uno puede no ser partidario de la pena de muerte, pero es de mínima justicia que un ente de esa calaña por lo menos fallezca tras las rejas. Claro que eso pareciera que es mucho pedir, porque el auspiciador mayor de Schaeffer, Augusto José Ramón, murió tranquilito en una cama de su hospital. Por eso digo otra vez: algo es algo.
Murió Paul Scaefer y todo nosotros podemos, entonces, tener un poco de paz. Pero, ¿qué elegir de esta historia para tomarlo como lección? Es difícil: hay mucho para escoger. Me gustaría ver si al funeral acuden a llorarlo los mismos que cerraban filas tras él en el grupo “Amigos de Colonia Dignidad”. La lista de tales amistades incluyó en su mejor momento a personajes como Jaime Guzmán, Mario Ríos, Bruno Siebert, Sergio Diez, Olga Feliú, Hernán Larraín, Andrés Chadwick, Evelyn Matthei, Jaime Orpis y Juan Antonio Coloma, entre otros. Connotados deudos deja Scaefer.
Muerto el Pastor, quizás uno de los asuntos más preocupantes que deja como herencia es que, pese a la magnitud de sus crímenes, tuvo que ser un grupo de periodistas quienes dieran con su paradero en Argentina. En plena democracia, los encargados policiales y de la justicia simplemente se dejaron estar cuando el depravado anciano huyó. Y la prensa tuvo que hacerse cargo, para vergüenza de los sabuesos pagados con nuestros impuestos. La reportera encargada del caso, Carola Fuentes, no ha dudado en declarar que eso demuestra una flagrante falta de voluntad de las autoridades de la época. Con los mismos datos que estaban en poder de los investigadores, Fuentes y su equipo dieron con Schaefer. Pareciera que la lista de amigos de Colonia Dignidad era más larga de lo que parecía.
En una coincidencia macabra, Schaefer decide morir justo cuando el menú de pedofilia, religión y poder está tomando especial relevancia a partir de las denuncias de abusos por parte de sacerdotes católicos en todo el mundo y en nuestro país. Mientras aún no nos reponemos del horror venido desde Alemania hasta Parral, todavía quedan muchos velos por descorrer. Juntemos miedo. Y Shaefer, que se pudra en paz. Trabajo duro para los gusanos.

miércoles, marzo 31, 2010

29 de marzo otra vez.

Para los que vivimos demasiado cerca esa fecha, hace ya 25 años, pareciera que siempre es 29 de marzo. Claro, la fecha se tornó célebre, connotada y noticiosa. Y, por lo mismo, materia prima para el morbo periodístico, con un filo político y policial ineludible: es ni más ni menos que El Día del Joven Combatiente.

Yo pedí que a través del grupo del Peda se hicieran llegar recordatorios personales sobre nuestro querido Pelao Vergara. Y si se hizo así, lo que estaba era la intención de personalizar la fecha y de mostrar que estos héroes, nuestros héroes, fueron alguna vez como nosotros: carne y hueso. Sangre pensante, cerebro en acción, partes de un solo cuerpo colectivo que, cual más, cual menos, buscábamos lo mismo: el fin de lo espantoso.

Eduardo tenía diecinueve años. Rafael, diecisiete. Pensemos un momento en eso. Muchos de nosotros ya tenemos hijos de esas edades. Y los vemos como niños. Pues bien: Eduardo, Rafael y todos nosotros éramos eso: niños, niños que se plantaban frente al horror, que desafiaban al monstruo y que creían que era posible cambiar lo muerto por lo vivo. Y es bueno recordar que en esos tiempos de muerte y dolor éramos capaces de pasarlo bien y ser felices. Seguramente la edad misma nos protegía. Para todos nosotros la juventud era lo que debe ser: un tiempo luminoso, de aprendizaje fervoroso, pasión ciega y risa eléctrica. El Pelao eras uno más en nuestro soberbio jolgorio que intentaba tomarse por asalto el palacio de todos los inviernos.

Para nosotros, los de entonces, (la pomposa generación ochentera), es ineludible un hecho: conocimos al Joven Combatiente, fuimos amigos, polemizamos, no pocas veces discutimos, pero caminamos junto a él. Y recordar hoy su espantosa muerte es volver a sentir un estremecimiento, como cuando una bala pasa muy cerca, zumbando en los oídos, pero si tocarnos a nosotros. Por todo eso, el 29 de marzo de 1985 marca el fin de la infancia. Recordemos la incredulidad de los días siguientes, las nerviosas llamadas telefónicas confirmando lo que no queríamos saber: el muerto era él y su hermano. Había que crecer aceleradamente, tener fuerza en el espíritu y en la carne como para cargar sobre los hombros un par de ataúdes demasiado jóvenes.

Han pasado veinticinco años. El día del Joven Combatiente ocupa en la pauta periodística un lugar entre lo policial. En nuestra propia pauta vivencial sabemos que es otro el sentido. Es el joven combatiente en homenaje a quienes murieron ese día entregando lo mejor de la flor de su cortísima edad. Además de Rafael y Eduardo, también cayó, en otro lugar de la ciudad, Paulina Aguirre, no la olvidemos. Y como en un esfuerzo barroco de tapar un horror con otro, en esas fechas se produjo el triple degollamiento de Parada, Guerrero y Nattino. Años después, su hermano mayor, Pablo, junto a Araceli Romo cayó en otro episodio de ese combate utópico y sin fin. Recuerdo al mismo Pablo y su serena arenga en el Cementerio General de Santiago, un 31 de marzo de 1985. Tanta sangre, tanta…

Ninguno de ellos se merece ni un pedazo de olvido. Es otra vez el día del joven combatiente. Recordemos que nosotros también fuimos jóvenes combatientes. ¿Qué somos ahora? Nuestra lucha aún espera su victoria.

Los textos siguientes son apenas retazos de recuerdos del paso de Eduardo por nuestras vidas. Desde el más breve al más extenso, cada uno tiene su mérito. Son atisbos de una vida, retazos de la memoria de uno que fue como nosotros y que ya no nos acompaña.

No olvidar. No es una estatua, no es una fecha en el calendario, no es un despacho morboso de Chilevisión: es el día de Nuestro Joven Combatiente. Recordémoslo con una sonrisa cargada de futuro, arriba de las mesas del Casino, argumentando en alguna reunión semiclandestina, o pintando una muralla. Lo visible en estos días es lo noticioso, lo que llama la atención. Pero quizás tenemos que hacer un esfuerzo por sacar a flote lo mejor de aquellos tiempos, nuestro sudoroso y agitado día a día, nuestra felicidad, nuestra esperanza, que parece que quedó guardada en un ropero. Porque nuestra juventud fue mucho más que “Los Ochenta”, con todo su rating, hagamos memoria viva de lo que fuimos, de lo que Eduardo, Rafael, Pablo, Paulina, Araceli y tantos más fueron: jóvenes alegres, jóvenes combatientes, apenas niños mártires de una utopía que sigue sin cumplirse.

Un abrazo

Pablo Padilla Rubio





Tengo un recuerdo súper lindo y simple del pelao: con unas compañeras estábamos en la pieza y llega la mamá con una bandeja llena de tunas peladitas, cortaditas. Dulce.

Carmen Ulloa




Su nombre en las marchas , su nombre en el panfleto y la muralla del baño del peda.
Lo recuerdo en la voz de mi amigo- profesor contándome de sus tejeres de historia y del día en que se fue.
En el sudor corporal que me venia en la marcha....miedo, ansiedad y estar presente igual.
Su madre hablando, haciendo Tai Chi.
De Eduardo conozco el amor que dejó, el sueño que sembró, la valentía que en mi se multiplico.

Pamela Solar



Recuerdos del pelao Eduardo

El Contexto: el año 83 entro a estudiar historia en el peda y ahí estaba el Eduardo en 2º año y me integro a la UNED
Algunas escenas:
• Cuando me protegió de un hueón que me quería sacar a la calle estando los pacos, en plena protesta: estábamos cerrando la reja que daba para Grecia, en esa época no existía el murallón que hay ahora, y un hueón aparece por afuera y me toma del brazo tirándome hacia fuera pero instantáneamente Eduardo me sujeta y patea al hueón y cerramos la reja

• Cuando en Coronel, en los trabajos voluntarios se venia cantando “solo le pido a dios” acompañado de su guitarra: no se, es un bonito recuerdo de su espíritu humanista, sentados al final de la micro hacia el gimnasio del sindicato de Coronel donde alojábamos y después de una larga jornada él volvía cantando.

• Sus discursos y su dedo índice, igual que su papá: todos sus discursos con su característica mano indicando con el índice, igual como lo hace su papá cuando lo recuerda a él en los actos conmemorativos.

• Lo acogedora que era su familia: siempre que íbamos a su casa en Villa Francia su mamá nos recibía muy amablemente, dulcemente, siempre aparecía algún detalle además de su sonrisa, … y sus hermanos era un clima de convivencia muy relajado y respetuoso

• El póster que tenia en su pieza con la frase de de Lennon …”y los de acá hagan sonar sus joyas”





Quien iba a imaginar siquiera que nuestras historias estarían para siempre cruzadas cuando nos conocimos ese verano de 1979 en Playas Blancas, al lado de la laguna el Peral.

Los papás de Eduardo, Manuel y Luisa, se conocían desde jóvenes con mis padres, cuando formaban parte de las JOC (juventud obrera Católica), y acometían con entusiasmo el llamado de la Iglesia a hacerse parte de los procesos sociales y políticos que se gestaban en la década del sesenta.

Años después, bajo la dictadura militar Manuel, trabajando en la Vicaría de la Solidaridad Sur, y mi madre en los talleres para mujeres poblacionales, que la vicaría apoyaba, implementaron por varios años seguidos los campamentos de verano que marcaron a fuego a tantos niños y jóvenes como nosotros en esos años. Así fue como nos conocimos, éramos todos niños que comenzábamos a asomar nuestros ojos a la realidad abismante de esa época dolorosa: El Eduardo y sus hermanos, Rafael, Pablo y Ana, Mi hermana Araceli y yo y varias decenas de jóvenes como nosotros que después fuimos protagonistas de esa historia dolorosamente bella bajo la dictadura.

Forjamos una amistad hermosa y sincera, nos pasamos largas horas alrededor de una fogata playera conversando sobre la realidad nacional y el papel que nos cabía como jóvenes. A veces discutimos airadamente; otras, admiramos y reconocimos los aportes que cada cual hizo respecto de algún punto determinado y así, verano a verano, fue naciendo entre todos nosotros el cariño, el respeto y la admiración que quedó grabado en nuestros corazones.

Cada verano el encuentro fue mas grato, mas esperado. Contarnos de lo que cada cual había realizado durante el año en sus respectivas poblaciones, compartir experiencias, dar consejos, volver a discutir una y otra vez, las viejas cuestiones filosóficas y doctrinarias para terminar después paseando por la playa, cantando alrededor de la hoguera junto a todos los amigos, haciéndonos cómplices para conversar con la niña que le gustaba, en fin, jóvenes infinitamente cotidianos.

Sin proponérnoslo, sin acuerdos previos, sin presiones o imposiciones, de manera absolutamente natural nuestros caminos políticos siguieron la misma dirección y el reencontrarnos en el seno de MIR en diversas actividades políticas, sociales o de otro tipo fue otro motivo más para fortalecer el cariño y admiración que nos tuvimos.

Hacia el año 82 nos encontramos nuevamente en el Pedagógico. Eduardo destacaba como Dirigente de la UNED y yo, aunque no formaba parte de la estructura estudiantil, lo seguía feliz en todas sus andanzas: las protestas, las marchas, las asambleas, las tomas del casino y la cafetería, con apaleo incluido. Así, a medida que se agudizó la lucha de esos años con el advenimiento de las protestas populares, nos vimos cada vez menos pero siempre nos reencontramos en las jornadas de protesta en el Pedagógico.

Ese fue el ultimo recuerdo que tengo de Eduardo y También de Rafael: una de las últimas protestas de año 84 en el Peda, rodeados de pacos y militares: El Eduardo y Rafael, David, yo y varios amigos mas enfrentándonos a pedradas en medio del humo, las lacrimógenas, empapados de sudor, tras los muros de la calle Grecia, al lado de la escuela de música. Fue la última vez. Después, a pocos días de volver de mi relegación, solo lo pude ver tras el vidrio del ataúd y cantarle junto a mis amigos del grupo Creación, su última canción de despedida.

Esteban Romo

Dedicado a las basuras humanas que construyen edificios de juguete y que despues se esconden

En diálogo con las entrañas de una bestia
los cielos amenazan a mis sueños

Yo que vi cada ciudad en tambaleo
yo que sentí la tierra aullando en ese amanecer

Ahora quiero ver las caras de los demasiado vivos
saqueadores de nuestra esperanza con puñal

Sus almas desastrosas buscan entre ruinas
el brillo de nuestras monedas más dolientes

No le hablo al simple ratero de la infantería:
Yo busco a los depredadores con posgrado en ley de selva

Mientras su clientela tiene escombros de este mal negocio
ellos conservan firmes oficinas desde donde buscan caza

Yo vi su rostro frío en las noticias
simulando alguna queja y una mala explicación

Yo vi la lágrima del mal actor que no convence a nadie
yo vi el cofre del tesoro enterrado con su más mala prisa

Sus almas infelices buscan entre muros muertos
el brillo de nuestras monedas más llorosas

¿Valdrá una maldición para esa rapiña de alta cuna?
¿Valdrá un sarcasmo exacto para enturbiarles el dormir?

Ellos seguirán allí
contando los billetes de su juego

Ellos seguirán allí contando los billetes de su juego
hasta que el brazo de la sangre toque su hombro y los despierte.

Allí verán la noche,
y su ciudad de fantasía por los suelos.

Allí verán su noche, y nuestra tierra aullando
en su vicioso amanecer.

viernes, marzo 05, 2010

terremoto mediático

Primera parte

A estas alturas y, más allá de los efectos directos e indirectos de la catástrofe, resulta que me declaro chato con la situación. Me refiero a estar chato con respecto al comportamiento de los medios ante el cataclismo. En honor a la brevedad, lo he resumido en los varios puntos. Muchos de ellos estaban presentes en la labor informativa general antes del terremoto, pero ahora se han exacerbado y llevado a sus (espero) últimas consecuencias. A mi juicio, la cobertura periodística ha estado marcada por los siguientes puntos negativos, que son los que me han terminado por agobiar.
1.- Periodismo espectáculo. La presentación noticiosa ha de ser forzosamente atractiva, muy atractiva. Más allá de un deber vocacional de informar, se busca mantener la atención del televidente, auditor o lector. Mediante la búsqueda de lo sensiblero, lo emotivo per se, lo anecdótico, lo banal y la visión fuera de contexto, la noticia se aleja de una comprensión global de causas y efectos, para convertirse en un imán de los instintos primarios del receptor. En ese mismo camino, las noticias más impactantes se repiten una y otra vez, dando la idea de un continuo noticioso sin ton ni son. Y eso termina por despistar, deprimir y aburrir.
2.- Periodismo ciudadano. Bajo la loable máscara de eliminar las barreras entre emisor y receptor, el uso de tecnologías móviles de imagen, texto y voz, permite que los mismos ciudadanos envíen datos, imágenes y a veces verdaderos reportajes. Este fenómeno ha incluido fuertemente a las redes sociales (twitter, facebook y similares), como fuente “fidedigna” de hechos noticiosos. Esto elimina el filtro editorial, abriendo los canales a todo tipo de sesgos desorganizados de la información que se presenta. Bajo esta aparente democratización de la información, la información se ha vuelto una sucesión de supuestos golpes noticiosos sin mayor reporteo. Si antes se suponía que el periodista era, antes que todo, reportero, que iba y verificaba en las fuentes los datos, ahora muchas veces es un simple usuario que pone al aire lo que llega a su computador o teléfono móvil. Buena parte de las olas de noticias infundadas (falsos saqueos, confirmación y refutación de tsunamis, etc.), han nacido de este tipo de periodismo. Da la impresión de que basta con un teléfono y algo de histrionismo barato para desatar algún grado de histeria, avisando a un medio sobre un saqueo o una salida de mar supuestas.
3.- Periodismo funcionario. El periodista dejó hace rato de ser aquel espécimen que, avalado pos su fuerte vocación, reporteaba y perseguía el dato con rigor y empeño. A cambio, una gran cantidad de periodistas trabajan cómodamente instalados en sus escritorios, conectados a facebook, twiter y MSN. Con eso basta y sobra. La verificación de datos consiste en llamar por celular a alguien cercano al hecho, para que le envíe de vuelta el texto para hacer copy/paste, o el jpg para decorar la nota. Como efecto secundario de esto, el periodismo termina muchas veces por ser acrítico, amorfo y no opinante. Son esos profesionales los que no saben contra preguntar en una conferencia de prensa, los que se limitan a transcribir comunicados oficiales (del estado y de las empresas), los que publican sin siquiera leer lo que llegue de las agencias.
Claro, ustedes me dirán que con el terremoto, muchos se vieron obligados a salir a terreno, rompiendo por lo menos con este problema. Puede ser, pero también es cierto que la catástrofe a dejado a la vista otros dos tipos de periodismo que de momento sólo enunciaré: el periodismo disperso (o todoterreno) y el periodismo a-literario o sin discurso. Esos son tema para un próximo posteo.


Segunda Parte

En el anterior posteo reseñé tres tipos de periodismo, (el periodismo como espectáculo, el periodismo ciudadano y el periodismo funcionario. Por supuesto que estas son visiones parciales y quizás muy particulares del total de la prensa nacional. Hay algunas excepciones, pero de momento son sólo eso: excepciones.
Yo detecto por lo menos otros dos tipos de periodismo imperantes: el todo terreno y el a-literario.

4.- Periodismo todoterreno. O un término más elegante, que es ser un periodista multimedios. Se trata de tener la capacidad de saltar entre distintos soportes indistintamente: texto, imagen, voz, video. El mismo que locutea es quien despacha notas, sube fotos a la web y edita notas audiovisuales. Una especie de hombre orquesta que salta de un tema al otro y de un tema al otro. Resultado: dispersión, poca coherencia en la noticia, falta de una visión global. Claro que este tipo de periodismo es sumamente útil para los dueños de los medios, que ven en este tipo de profesionales al funcionario óptimo, el que sirve para todo, y por la misma plata. Como consecuencia, el periodismo difícilmente distingue la paja del trigo. Es lo mismo el perrito salvado de la ola que el atraso en la alerta de un tsunami, por ejemplo. Y este tipo de información está directamente emparentada con el siguiente (y de momento último fenómeno)

5.- El periodismo a-literario, o carente de discurso. Quizás acá uno encuentre el asunto más de fondo. Los demás puntos pueden ser más bien cosméticos y solucionables con algo de buena voluntad de parte de los medios y los profesionales, se pueden mejorar esos problemas. Pero las largas coberturas mediáticas que el terremoto ha desencadenado, desnudan la falta de fondo del periodismo nacional. Y a eso lo denomino un estado a-literario, y no me estoy refiriendo a un hecho estético o a problemas en el uso del lenguaje (que las hay, y muchas). No. Además del rol meramente informativo, el periodismo ha cumplido muchas veces una función de construir relatos en un sentido superior del término. Relato en el sentido de ordenar los hechos, confrontarlos con la historia, con la identidad y con todo aquello que es lo más profundo de lo humano. No en vano, el cúmulo noticioso constituye una de las fuentes de la historia. Esa posibilidad de construir un relato coherente a partir de hechos aparentemente caóticos habla de darle al lector la oportunidad de entender lo que sucede, no sólo de conocer y presenciar las cosas. Se trata de poner en contexto, extrapolar, en fin, dar un salto intelectual junto al receptor más allá del torbellino de los hechos.

Para esto no es condición necesaria que cada reportero sea un novelista en ciernes. Quizás, para el caso de la actual catástrofe, bastaría con que respondieran las preguntas básicas del periodismo (que se supone debieran haber aprendido en la escuela): ante un hecho hay que dejar en claro: qué, quién, cuándo, cuándo, dónde, cómo y por qué. Este mínimo exigible en la calidad de la noticia ha sido escasamente cumplido. Por ejemplo, de los reporteros destacados en terreno en el edificio Alto Río, hasta el momento cuesta escuchar o leer una información certera, o que parezca serlo. Para empezar, hasta el hoy, todavía hay discrepancias en cuanto al nombre del recinto colapsado. Para muchos sigue siendo “Borde Río”. Ni hablar de cifras claras de bajas, desaparecidos, rescates, constructora responsable de la edificación, en fin. LO básico de la noticia no está a la vista, o aparece disperso. Y eso que, por lo menos en cuanto a la televisión, ha habido unos cuantos “próceres” de la prensa cubriendo el hecho, algunos con experiencia internacional.

Insisto en el punto. Bajo la apariencia de una cobertura sensible, cercana a la gente e inmediata, con largos reportajes de la devastación, se esconde un tipo de reporteo extremadamente light, ligero como comida chatarra, que sacia por el momento, pero que no alimenta, y que termina por asquear.

No basta con que un reportero se instale, con más o menos recursos, en el centro mismo de los hechos. Eso es sólo el punto de partida para una cobertura decente. Pero si ese mismo personaje está constreñido por una visión del mundo de poco vuelo, si no tiene el arrojo intelectual suficiente para armar un todo coherente a partir de los hechos, su labor se la lleva el viento. Y lo peor, no contribuye a la reconstrucción espiritual. Estamos faltos no sólo de medios materiales. Necesitamos imperiosamente un refuerzo al ánimo, necesitamos una visión certera de las causas de lo que vemos. No es sólo la furia de la naturaleza, sino que la relación del ser humano con ella. Es eso parte de lo que está en juego. Lo necesitamos como cuerpo social. Y para eso hay que estar bien informado. Acá, aparte de una suma eterna de despachos espeluznantes, ha faltado un centro espiritual e intelectual del discurso, una coherencia que saque lecciones desde la brutal contingencia. Esa es una deuda que se intenta pagar con sensacionalismo, inmediatez y sensiblería. Y claramente eso no sólo no es suficiente, sino que aburre. La gente termina por no querer saber nada, agobiados por la exhibición barata de este mar de sufrimiento, sin nadie que sea un real aporte.

La historia del periodismo muestra a unos cuantos nombres pasados y actuales que fueron capaces de afrontar la información como un atarea superior del espíritu humano. Claro, muchos de ellos devinieron en escritores, pero fogueados en el reporteo. Ernst Heminway, Truman Capote, Ryzard Kapuscinski, George Orwell, André Malraux, Gabriel García Márquez, Robert Fisk, Robert Kaplan, por nombrar a algunos.

En nuestro país también tenemos muchos ejemplos de periodistas capaces de entregar una visión completa, que enriquece al lector, y no sólo lo entretiene. Lenka Franulic, Patricia Verdugo, Mónica González, Juan Pablo Cárdenas, en fin, muchos nombres que ahora, en este estado de cosas, se extrañan en las pantallas, en el papel y en los oídos.

En definitiva, como en otros asuntos relativos a Chile, nuestro periodismo no es un periodismo de país desarrollado, no es un periodismo a la altura de la OCDE (en esta parte pueden reírse). Por muchos blackberrys y antenas satelitales que carguen, el saldo es, otra vez, mediocridad.

Tercera Parte y final

Me escribe una amiga periodista, quien me pregunta si encuentro algo bueno en los periodistas. Le contesto en el acto.

A lo mejor el problema de mi visión es creer que el periodismo tiene una especie de misión que cumplir, cuando en realidad vivimos en una sociedad cada vez más desestructurada y falta de coherencia. Y sospecho que eso sucede con toda profesión. Pienso lo que ha pasado con todas las actividades relacionadas con la construcción. Lo del periodismo puede pasar por anecdótico a ratos, si hablamos de la ingeniería, por ejemplo. En fin. Pero me dio con el periodismo (no con los periodistas, ojo), por el clima comunicacional que la catástrofe ha impuesto. Además, como escritor no puedo sentirme ajeno al relato que somos capaces de construir. Quizás en momentos de desastre casi absoluto no sea el mejor momento para discutir sutilezas, pero quizás si no es ahora, nunca lo será.

Además, todo esto pasa por la propiedad de los medios, la estructura de toma de decisiones dentro de los medios, la relación con los avisadores y con el Poder (así, de mayúsculas). Hay mucho pan por rebanar.

El caso es que, atrapado en ese supuesto de la misión del periodismo, uno compara el “deber ser” con el “ser real”, y las cuentas no son muy alegres. Por ejemplo, en un momento como el que vivimos, uno espera que se infunda algo de tranquilidad. En lo personal pienso en el caso Paz, y no es que quiera defender a la empresa. Pero sucede que como vivo en un edificio de esa marca, al cual no le pasó nada terrible, a uno termina por molestarle la liviandad con la cual cada edificio resquebrajado, chueco o definitivamente caído, se le haya atribuido a Paz, sin mucho rigor en la entrega. Y así con muchos temas tratados en el río informativo que nos inunda. La repetición insensata de imágenes y palabras termina por vaciarlas de significado. Yo no creo que el problema sean los periodistas, yo creo que el problema es el periodismo.

Si me piden que nombre cosas buenas, primero tengo que reconocer que en este evento ha habido una muy buena cobertura. Es decir, han sido capaces de llegar a un montón de lugares, muchos ellos aislados, incluso antes que la ayuda o las autoridades. Eso incluso termina por tener un efecto que excede lo estrictamente periodístico, llegando a tener un peso como denuncia de filo político: se desnuda el desamparo en que se encuentra ese país invisible de los pueblos chicos que no existen para el gobierno central.

Lo otro bueno es que, en la misma línea, el esfuerzo y la entrega han sido notables. Jornadas interminables de reporteo y despacho, en condiciones adversas e incomodas, cuando no peligrosas, muestran que la mayoría de los periodistas involucrados tienen carácter y aguante. Sacando lo mejor de la vocación, muchos periodistas han sabido estar al pie de los hechos, compartiendo penas y alegrías en medio de la noticia, casi como parte de ella. Bien por ellos.

Hay también otra cosa encomiable. Como el aislamiento y la caída de las redes de comunicación es enorme, hay muchos medios que dedican mucho tiempo a informar sobre personas desaparecidas, encontradas y salvadas. El rol social llevado a su mejor expresión.

Si se trata de dar nombres, tengo que mencionar a don Sergio Campos. Desde el momento mismo del terremoto, su voz ha sido un polo de sensatez y calma. Lamentablemente aparece sólo a ratos, (parece que está de vacaciones y/o convaleciente de una gran operación). El par de veces que lo he podido oír destaca mucho sobre los demás.

Creo que la radio ADN ha sido bastante cuerda, mesurada y responsable en su cobertura.

Y con los días la cosa ha ido mejorando poco a poco. El reportaje de Emilio Sutherland en Contacto (canal 13) estuvo bien de forma y de fondo mostrando todas las caras de la caldera hirviente de Concepción, con saqueos y solidaridad en dosis parejas. Así mismo, ya he visto un par de reportajes notables en El Mostrador, por ejemplo, siguiendo el tema de las fallas en las edificaciones. Y así, poco a poco van apareciendo pequeñas joyas que abren la esperanza en los medios. Ahora falta la solución final para este entuerto, pero eso, amiguitos, es otra cosa, y yo no lo escribiré.

Saludos

Pablo Padilla

jueves, marzo 04, 2010

Terremoto mediático 2

En el anterior posteo reseñé tres tipos de periodismo, (el periodismo como espectáculo, el periodismo ciudadano y el periodismo funcionario. Por supuesto que estas son visiones parciales y quizás muy particulares del total de la prensa nacional. Hay algunas excepciones, pero de momento son sólo eso: excepciones.
Yo detecto por lo menos otros dos tipos de periodismo imperantes: el todo terreno y el a-literario.

4.- Periodismo todoterreno. O un término más elegante, que es ser un periodista multimedios. Se trata de tener la capacidad de saltar entre distintos soportes indistintamente: texto, imagen, voz, video. El mismo que locutea es quien despacha notas, sube fotos a la web y edita notas audiovisuales. Una especie de hombre orquesta que salta de un tema al otro y de un tema al otro. Resultado: dispersión, poca coherencia en la noticia, falta de una visión global. Claro que este tipo de periodismo es sumamente útil para los dueños de los medios, que ven en este tipo de profesionales al funcionario óptimo, el que sirve para todo, y por la misma plata. Como consecuencia, el periodismo difícilmente distingue la paja del trigo. Es lo mismo el perrito salvado de la ola que el atraso en la alerta de un tsunami, por ejemplo. Y este tipo de información está directamente emparentada con el siguiente (y de momento último fenómeno)

5.- El periodismo a-literario, o carente de discurso. Quizás acá uno encuentre el asunto más de fondo. Los demás puntos pueden ser más bien cosméticos y solucionables con algo de buena voluntad de parte de los medios y los profesionales, se pueden mejorar esos problemas. Pero las largas coberturas mediáticas que el terremoto ha desencadenado, desnudan la falta de fondo del periodismo nacional. Y a eso lo denomino un estado a-literario, y no me estoy refiriendo a un hecho estético o a problemas en el uso del lenguaje (que las hay, y muchas). No. Además del rol meramente informativo, el periodismo ha cumplido muchas veces una función de construir relatos en un sentido superior del término. Relato en el sentido de ordenar los hechos, confrontarlos con la historia, con la identidad y con todo aquello que es lo más profundo de lo humano. No en vano, el cúmulo noticioso constituye una de las fuentes de la historia. Esa posibilidad de construir un relato coherente a partir de hechos aparentemente caóticos habla de darle al lector la oportunidad de entender lo que sucede, no sólo de conocer y presenciar las cosas. Se trata de poner en contexto, extrapolar, en fin, dar un salto intelectual junto al receptor más allá del torbellino de los hechos.

Para esto no es condición necesaria que cada reportero sea un novelista en ciernes. Quizás, para el caso de la actual catástrofe, bastaría con que respondieran las preguntas básicas del periodismo (que se supone debieran haber aprendido en la escuela): ante un hecho hay que dejar en claro: qué, quién, cuándo, cuándo, dónde, cómo y por qué. Este mínimo exigible en la calidad de la noticia ha sido escasamente cumplido. Por ejemplo, de los reporteros destacados en terreno en el edificio Alto Río, hasta el momento cuesta escuchar o leer una información certera, o que parezca serlo. Para empezar, hasta el hoy, todavía hay discrepancias en cuanto al nombre del recinto colapsado. Para muchos sigue siendo “Borde Río”. Ni hablar de cifras claras de bajas, desaparecidos, rescates, constructora responsable de la edificación, en fin. LO básico de la noticia no está a la vista, o aparece disperso. Y eso que, por lo menos en cuanto a la televisión, ha habido unos cuantos “próceres” de la prensa cubriendo el hecho, algunos con experiencia internacional.

Insisto en el punto. Bajo la apariencia de una cobertura sensible, cercana a la gente e inmediata, con largos reportajes de la devastación, se esconde un tipo de reporteo extremadamente light, ligero como comida chatarra, que sacia por el momento, pero que no alimenta, y que termina por asquear.

No basta con que un reportero se instale, con más o menos recursos, en el centro mismo de los hechos. Eso es sólo el punto de partida para una cobertura decente. Pero si ese mismo personaje está constreñido por una visión del mundo de poco vuelo, si no tiene el arrojo intelectual suficiente para armar un todo coherente a partir de los hechos, su labor se la lleva el ciento. Y lo peor, no contribuye a la reconstrucción espiritual. Estamos faltos no sólo de medios materiales. Necesitamos imperiosamente un refuerzo al ánimo, necesitamos una visión certera de las causas de lo que vemos. No es sólo la furia de la naturaleza, sino que la relación del ser humano con ella. Es eso parte de lo que está en juego. Lo necesitamos como cuerpo social. Y para eso hay que estar bien informado. Acá, aparte de una suma eterna de despachos espeluznantes, ha faltado un centro espiritual e intelectual del discurso, una coherencia que saque lecciones desde la brutal contingencia. Esa es una deuda que se intenta pagar con sensacionalismo, inmediatez y sensiblería. Y claramente eso no sólo no es suficiente, sino que aburre. La gente termina por no querer saber nada, agobiados por la exhibición barata de este mar de sufrimiento, sin nadie que sea un real aporte.

La historia del periodismo muestra a unos cuantos nombres pasados y actuales que fueron capaces de afrontar la información como un atarea superior del espíritu humano. Claro, muchos de ellos devinieron en escritores, pero fogueados en el reporteo. Ernst Heminway, Truman Capote, Ryzard Kapuscinski, George Orwell, André Malraux, Gabriel García Márquez, Robert Fisk, Robert Kaplan, por nombrar a algunos.

En nuestro país también tenemos muchos ejemplos de periodistas capaces de entregar una visión completa, que enriquece al lector, y no sólo lo entretiene. Lenka Franulic, Patricia Verdugo, Mónica González, Juan Pablo Cárdenas, en fin, muchos nombres que ahora, en este estado de cosas, se extrañan en las pantallas, en el papel y en los oídos.

En definitiva, como en otros asuntos relativos a Chile, nuestro periodismo no es un periodismo de país desarrollado, no es un periodismo a la altura de la OCDE (en esta parte pueden reírse). Por muchos blackberrys y antenas satelitales que carguen, el saldo es, otra vez, mediocridad.


Pablo Padilla
Escritor