lunes, agosto 29, 2005

Velorio de general

Andar en micro a veces da ciertos privilegios de observación. Se atraviesa la ciudad por su columna vertebral, que a veces es un alameda, a veces 11 de septiembre o cosas peores aún.

Como el vehículo es más alto, permite gozar de otra perspectiva de las cosas que pasan. Entonces, cuando algo pasa allá afuera, sólo es cosa de pararse un poco del asiento y estirar el cuello para ver.

Hoy, muchos autos de lujo frente a una iglesia llaman la atención. El lugar está habitualmente vacío. A lo sumo, algunos paseantes toman el sol frente al templo cada día. Ahora no.

A la entrada del recinto santo, una carroza funeraria ostentosamente fúnebre espera por su pasajero. En las afueras, un público fundamentalmente masculino aguanta el transcurso de la ceremonia que se celebra adentro.

Como dije, los autos a la espera son de lujo, o, por lo menos, caros. Ocupan no solo el frontis del santuario, sino que toda la cuadra. La mayoría son de tonos oscuros. Hombres con cara de guardaespaldas se pasean entre los vehículos. Muchos lucen un audífono casi discreto en la oreja, y se frotan, nerviosamente, un bulto que se les repite bajo el brazo izquierdo. Otros señores, de abrigos largos y grises, mientras hablan con rostro serio, no dejan de mirar hacia todos lados lentamente, como si quisieran ignorar a su interlocutor. Todos repiten el gesto, como esperando que algo pase, algo que ellos esperan no los pille desprevenidos.

Claro, la iglesia es lo que se conoce como la Catedral Castrense. El difunto es un general retirado que falleció hace un día, víctima del cáncer. ¿Su nombre? No puedo recordarlo. Da lo mismo. Los detalles están en las noticias. Su historial, sus gestas y su proceso sin fin, que quedará en sobreseimiento definitivo por fallecimiento del inculpado. También están allí las condolencias de ministros, dignatarios varios, presidentes y personalidades de este lado de la tierra. Vayan y lean.

Yo simplemente veo y anoto. Un velorio destacado. Autos a prueba de balas. Gente vigilando.

En mi paso fugaz no vi nadie llorando. Sería por el temple del militar, la personalidad endurecida por el rigor de la vida de cuartel, qué se yo.

Cuando la micro se alejó, sentí un leve alivio al dejar de estar en observación por los graves deudos de las afueras del templo.

Después llovió de nuevo en la ciudad, luego vino una breve agua nieve y todos sintieron un escalofrío. Mientras, las noticias informaron de la incineración de los restos del alto oficial, en un cementerio de por ahí. Luego, se hizo de noche.

1 Comments:

Blogger Matías Adrián Esmay | Sinfronterarock.net said...

Y supongo que la vida sigue, y seguirá como siempre. Somos nosotros que la miramos pasar?, o es ella que lo hace con nosotros?. No hay mucho que opinar sobre la verdad del texto, si no más para leer, abrir los ojos, y reflexionar.

11:08 p. m.  

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