Otro niño
El niño muerto que encontraron entre los matorrales de Las Condes ahora yace entre el desordenado tráfico de las noticias.
Su cuerpecito estuvo un rato botado en una bolsa plástica, a vista y paciencia de un montón de gente que no se atrevió a mirarlo y comprobar que él era el muerto nuestro de cada día.
Los predestinados al hallazgo, aseadores del lugar, hombres ellos, no se atrevieron a mover nada. Llamaron a una mujer, que si se atrevió a mirar de frente al niño muerto. Ella abrió la bolsa y movió el pequeño pie del difunto. Luego avisaron a la policía, luego lo demás se vino sólo. Ahora el niño yace en las noticias de todos los canales y las radios.
Junto a él, en los titulares, se pavonean otros ilustres personajes, de mayor o menor renombre. Hay unos soldados que vendían las armas que estaban a su cuidado. Hay un millonario que necesita la santa protección de nuestro estado. Hay unos futbolistas en estado de shock, esperando su destino en un lugar muy caluroso que no es el infierno. La casualidad reúne a todos estos con el infante asesinado. No hubo un nombre que lo alcanzara. Apenas esta fama de crónica roja, luego el Instituto Médico Legal, luego un pase a comerciales.
Lo encontraron entre los matorrales y quizás la expresión no le hace justicia a un lindo parque que de momento se salva de ser arrasado por los pasos del progreso. En otras tierras, en otro lugar de la ciudad, hay parque y arboledas que han sido arrasadas para que las carreteras fluyan plenamente libres. Entre los despojos, mientras las máquinas excavadoras hacen su tarea, los niños que no han sido asesinados en la cuna o en el vientre o en la vereda, juegan libres entre los montones de tierra que más tarde se convertirán en pavimento.
A este niño lo encontraron en un barrio elegante. No fueron los vecinos los que se dolieron ante su cadáver. Los barrenderos, la señora que barre las hojas en el prado, ellos fueron. Mañana seguirán paleando hojas y sutil basura en ese mismo parque, esperando que no se les aparezca otro pequeño cuerpo por ahí, entre el supermercado y la embajada. Seguramente la municipalidad no autorizará animita alguna.
El niño muerto se disuelve entre las demás noticias, las últimas exclusivas, las más candentes revelaciones. El millonario, con su seco nombre, durará más tiempo. Los soldados, algo menos. Del niño ya casi no queda memoria.
Su cuerpecito estuvo un rato botado en una bolsa plástica, a vista y paciencia de un montón de gente que no se atrevió a mirarlo y comprobar que él era el muerto nuestro de cada día.
Los predestinados al hallazgo, aseadores del lugar, hombres ellos, no se atrevieron a mover nada. Llamaron a una mujer, que si se atrevió a mirar de frente al niño muerto. Ella abrió la bolsa y movió el pequeño pie del difunto. Luego avisaron a la policía, luego lo demás se vino sólo. Ahora el niño yace en las noticias de todos los canales y las radios.
Junto a él, en los titulares, se pavonean otros ilustres personajes, de mayor o menor renombre. Hay unos soldados que vendían las armas que estaban a su cuidado. Hay un millonario que necesita la santa protección de nuestro estado. Hay unos futbolistas en estado de shock, esperando su destino en un lugar muy caluroso que no es el infierno. La casualidad reúne a todos estos con el infante asesinado. No hubo un nombre que lo alcanzara. Apenas esta fama de crónica roja, luego el Instituto Médico Legal, luego un pase a comerciales.
Lo encontraron entre los matorrales y quizás la expresión no le hace justicia a un lindo parque que de momento se salva de ser arrasado por los pasos del progreso. En otras tierras, en otro lugar de la ciudad, hay parque y arboledas que han sido arrasadas para que las carreteras fluyan plenamente libres. Entre los despojos, mientras las máquinas excavadoras hacen su tarea, los niños que no han sido asesinados en la cuna o en el vientre o en la vereda, juegan libres entre los montones de tierra que más tarde se convertirán en pavimento.
A este niño lo encontraron en un barrio elegante. No fueron los vecinos los que se dolieron ante su cadáver. Los barrenderos, la señora que barre las hojas en el prado, ellos fueron. Mañana seguirán paleando hojas y sutil basura en ese mismo parque, esperando que no se les aparezca otro pequeño cuerpo por ahí, entre el supermercado y la embajada. Seguramente la municipalidad no autorizará animita alguna.
El niño muerto se disuelve entre las demás noticias, las últimas exclusivas, las más candentes revelaciones. El millonario, con su seco nombre, durará más tiempo. Los soldados, algo menos. Del niño ya casi no queda memoria.
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