Lo que arde en Francia
En las pantallas y en las fotos de prensa uno se puede encandilar con esta llamarada que ya dura más de dos semanas. Primero los suburbios de París, luego otras ciudades francesas, y ahora, poco a poco, la chispa cruza las fronteras.
Y claro, si uno se deja llevar por las apariencias, piensa que lo que arde son autos, buses y edificios públicos.
Pero crece la certeza de que esos vehículos incinerados son la superficie del incendio, y que la base del fuego es otra que no se ve tan fácilmente.
En el primer plano de las imágenes noticiosas, se distinguen a los cuerpos policiales de la república francesa haciendo lo que pueden por parar esta devastación. O los bomberos rociando con sus impotentes líquidos la llamarada.
Inicialmente, para los distraídos, esto traía un aire a mayo del 68, la emblemática revolución estudiantil que se volvió un referente para las rebeldías de todo el planeta. Claro, en esa insurrección también ardían autos, y habían policías enfrentando a jóvenes furiosos. Pero, a diferencia de este fragor de ahora, en el 68 habían liderazgos, grupos y grupúsculos con quienes negociar, a quienes amedrentar, tentar o comprar. Y claro, al final, después de tanta bulla, los estudiantes volvieron a sus clases, los obreros a sus fábricas, y volvió la calma al reino. Y esa misma generación rebelde se hizo cargo del país, del mundo, y a la larga, adquirió los mismos modos de los poderosos a quienes combatieron en su juventud. Tal parece que ahora, irónicamente, la vida les pasa la cuenta. La ceguera del poder, el mal de altura, los mantiene adormecidos y felices, hasta que una pedrada o una molotov los despierta, y allí están, tratando de entender, escondidos tras sus doctorados en ciencias políticas y sus policías.
Ellos también creen que lo que arde son camionetas y autobuses. Pero allá atrás, en un segundo plano, unas sombras confusas y agitadas, corren de aquí para allá, arrojan cosas, avivan la combustión que no hace más que crecer. Esas sombras, hasta ahora invisibles, son los hijos, son los nietos de los inmigrantes que pueblan los suburbios de ese bienestar. Son tan europeos como los policías que los reprimen, con la diferencia que ellos, los jóvenes, son los que comen las sobras del banquete de la prosperidad. Los ninguneados, los escondidos bajo la alfombra, los que no salen en la foto turística. Una autoridad estatal los trató de "basura" hace unos días, como apagando el incendio con bencina. Así se hace, así aprendió esta generación de ex-rebeldes a gobernar. Y ahora que los invisibles se volvieron evidentes, ¿qué hacer?.
¿No será demasiado tarde para darse cuenta? ¿Serán estos los pies de barro de una sociedad que se jacta de su bienestar, mientras allí abajo, en los sótanos, la marginalidad afila sus cuchillos?
Quién sabe si esto es una mera explosión, si da para revolución o sólo es una tormenta pasajera que se pasará con una poca de sangre. A diferencia del 68, aquí no hay más liderazgo ni guía que la propia rabia, que sale a la calle y quema lo primero que encuentra. El tiempo corre a favor del desconcierto. No se crea que la civilizada Francia no es capaz de sacar de debajo de la manga un As sangriento que ahogue la revuelta. Hay que recordar que fueron militares franceses los que asesoraron en temas de contrainsurgencia a los gringos de la Escuela de las Américas, enseñando todo lo que aprendieron en Indochina y Argelia.
Nada está definido aún. Sólo va quedando claro que la civilización es, a veces, nada más que una máscara que esconde lo peor. Allí abajo resuenan los tambores de la revuelta, los corcoveos de la ira y el desconsuelo.
Esto con Francia. Nosotros por acá, bien gracias, disfrutando de nuestro crecimiento económico. No se crea que estas cosas nos pasarán alguna vez acá. No en vano, somos los ingleses de Sudamérica, no los franceses. ¿O somos otra cosa?
(música sugerida: Casa Babylon, Mano Negra)
Y claro, si uno se deja llevar por las apariencias, piensa que lo que arde son autos, buses y edificios públicos.
Pero crece la certeza de que esos vehículos incinerados son la superficie del incendio, y que la base del fuego es otra que no se ve tan fácilmente.
En el primer plano de las imágenes noticiosas, se distinguen a los cuerpos policiales de la república francesa haciendo lo que pueden por parar esta devastación. O los bomberos rociando con sus impotentes líquidos la llamarada.
Inicialmente, para los distraídos, esto traía un aire a mayo del 68, la emblemática revolución estudiantil que se volvió un referente para las rebeldías de todo el planeta. Claro, en esa insurrección también ardían autos, y habían policías enfrentando a jóvenes furiosos. Pero, a diferencia de este fragor de ahora, en el 68 habían liderazgos, grupos y grupúsculos con quienes negociar, a quienes amedrentar, tentar o comprar. Y claro, al final, después de tanta bulla, los estudiantes volvieron a sus clases, los obreros a sus fábricas, y volvió la calma al reino. Y esa misma generación rebelde se hizo cargo del país, del mundo, y a la larga, adquirió los mismos modos de los poderosos a quienes combatieron en su juventud. Tal parece que ahora, irónicamente, la vida les pasa la cuenta. La ceguera del poder, el mal de altura, los mantiene adormecidos y felices, hasta que una pedrada o una molotov los despierta, y allí están, tratando de entender, escondidos tras sus doctorados en ciencias políticas y sus policías.
Ellos también creen que lo que arde son camionetas y autobuses. Pero allá atrás, en un segundo plano, unas sombras confusas y agitadas, corren de aquí para allá, arrojan cosas, avivan la combustión que no hace más que crecer. Esas sombras, hasta ahora invisibles, son los hijos, son los nietos de los inmigrantes que pueblan los suburbios de ese bienestar. Son tan europeos como los policías que los reprimen, con la diferencia que ellos, los jóvenes, son los que comen las sobras del banquete de la prosperidad. Los ninguneados, los escondidos bajo la alfombra, los que no salen en la foto turística. Una autoridad estatal los trató de "basura" hace unos días, como apagando el incendio con bencina. Así se hace, así aprendió esta generación de ex-rebeldes a gobernar. Y ahora que los invisibles se volvieron evidentes, ¿qué hacer?.
¿No será demasiado tarde para darse cuenta? ¿Serán estos los pies de barro de una sociedad que se jacta de su bienestar, mientras allí abajo, en los sótanos, la marginalidad afila sus cuchillos?
Quién sabe si esto es una mera explosión, si da para revolución o sólo es una tormenta pasajera que se pasará con una poca de sangre. A diferencia del 68, aquí no hay más liderazgo ni guía que la propia rabia, que sale a la calle y quema lo primero que encuentra. El tiempo corre a favor del desconcierto. No se crea que la civilizada Francia no es capaz de sacar de debajo de la manga un As sangriento que ahogue la revuelta. Hay que recordar que fueron militares franceses los que asesoraron en temas de contrainsurgencia a los gringos de la Escuela de las Américas, enseñando todo lo que aprendieron en Indochina y Argelia.
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2 Comments:
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