martes, noviembre 29, 2005

Maihue

Entonces sucede que de pronto el cansancio acumulado, y este año que se niega a morir y todo eso hacen que le saque el cuerpo a temas que debieran ser urgentes. Pero, en fin, no se puede huir, el cuerpo, el alma piden un poco de palabras, que no sé si sirve.

Me refiero al hundimiento de la lancha en el lago Maihue. Esto suena tanto a Antuco, quizás por eso duele más. Es otra vez el dolor de los pobres, la devastación de los humildes, la pasada a llevar artera de la imprevisión criminal, la desidia oficial, la explicación mamona, que encuentra como cómplice al mal tiempo, claro, otra vez el mal tiempo, y entonces uno tiene que pensar que todo este tiempo es un mal tiempo.

Por allí me resuenan las cosas que se dicen en las radios. Algún subsecretario explicando que la lancha no se dio porque la gente de allá decidió que debían ser otras las prioridades en inversión social. No sé. Supongo que es cómo si le preguntasen a la gente si hay que invertir en grifos o en leche para los niños. Obviamente se va a preferir lo inmediato, que es la leche. Por último, los incendios atacan menos seguido que el hambre. Pero, cuando llega la catástrofe, lo que uno piensa no es que en realidad habría que haber preferido el grifo (o la lancha nueva, en este caso). Lo interesante es entender que el estado, el bendito estado, debiera tener la capacidad de cubrir tanto lo urgente como lo medianamente urgente.

Claro, la gente entierra a sus muertos (los que lograron aparecer), mientras hacia nuestra patria viene en viaje un submarino nuevo, y en alguna parte ensamblan aviones de combate, y los jerarcas de la macro macro macro economía alaban el “superavit estructural” y otras boludeces que no sacarán a flote ningún cadáver. En alguna parte de esta ciudad, hoy mismo alguien inaugura una súper carretera urbana, otro gran pastel de concreto.

Insisto: esto huele a Antuco. A los chicos les faltaron uniformes de montaña, les faltaron radios satelitales, les faltó una jefatura que supiera hacer lo mínimo: su pega.
Estos, los muertos del lago Maihue, son también en su mayoría niños, jóvenes, jugándose la vida por algo tan mínimo como un futuro mejor, allá, al otro lado de las aguas, en el internado. “La educación como factor de ascenso social”, palabras con las que se hacen gárgaras ahora que hay campaña. Suena bonito. Pero mientras eso se hace realidad (y el país se arma y blinda con cachivaches medio pasados de moda), los chicos y las chicas tienen que literalmente jugarse el pellejo para llegar a dar las pruebas de fin de año. Todo bien.

Maihue, Antuco, lugares dejados de la mano de no sé quién. Es una especie de recordatorio de que parece que basta una ventolera primaveral para hacer naufragar las esperanzas de “la gente”. Digo “gente”, por que la palabra “pueblo” está demasiado devaluada y en desuso. Luego inventarán algún otro sustantivo más desabrido aún, para que los invisibles de la patria se vean menos aún.

Es la misma maniobra que hacen las nuevas carreteras santiaguinas, que se hunden en pasos bajo nivel cuando pasan por sectores más pobres. ¿O estoy llevando el asunto demasiado lejos? Puede ser. El dolor nubla la vista.

En fin. Hasta acá, han aparecido seis de los nuestros. Faltan once. Y aunque aparezcan, no dejarán de faltarnos. Nos faltarán por siempre Jessica, Nury, María, Angélica, Telma y Clotilde, aparecidas y reconocidas. Nos faltarán por siempre Juan, Samuel, Adolfo, Fresia, Sandra, Patricia, Miguel, Marcelo, David, Luis y César, aún sin aparecer, tragados por las aguas.
No los olvidemos. Como no olvidaremos nunca a Antuco, ahora que tenemos el nombre del nuevo comandante en jefe, y al actual le deseamos, ingenuamente, que se hunda en su propio olvido. Yo, por lo menos, no me pienso olvidar de Silverio, el último conscripto en aparecer. Maihue entra a la memoria triste de Chile.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

sabes conmover, la noticia ya la habia saboreado, y m habia entristecido, ahora me ace reflexionar
un aguante por la renga

6:40 p. m.  

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