miércoles, junio 16, 2010

Sospecho que me ocultan algo, o el fútbol es política...

Sospecho que me ocultan algo. Supongo que algo esconden entre la maraña de goles y cornetas de plástico. No sé qué es. Ocultarán mi propia paranoia, la paranoia de tantos, para que creamos que esto es sólo una manía, mientras el universo entero suspira alrededor de una cancha planetaria.
El presidente acampa entre las ruinas del tsunami. Su hermanito nazi pide la renuncia del ministro judío. Sospecho que me ocultan algo, pero la lesión de Suazo no me deja ver el bosque. Hay unos cuantos que aprueban su par de leyes. Otros suben los pasajes de la locomoción. Y los pingüinos son apaleados en la Plaza Italia de Santiago de Chile, nadie sabe por qué.
Al otro lado del planeta, en las tierras del fútbol, la ex presidenta roba casi tantas cámaras como si acabara de convertirse un gol de increíble factura. Y si antes los emperadores se paseaban desnudos, ahora ella va vestida con la Roja Camiseta. Punto para la señora. Pero igual sospecho que me ocultan algo. Michelle a la distancia justa, de no sé cuántas horas de vuelo. Acá, sus antiguos ministros se apuñalan, se acuchillan, se golpean con el diario. Se hacen zancadillas y emboscadas, en restoranes y cafeterías de lujo moderado. Es la revolución dentro de la revolución. Es un torbellino en plena área. Es buscar al culpable del gran autogol. A ella la aplauden en estadios repletos. Acá no nos alcanza para circo romano, pichanga de los que antes eran palaciegos y ahora sólo son ciegos dándose de palos.
Y el fútbol que llena de rojo las pantallas. Y las calles se desbordan de papel picado y chicos ebrios, que aman a su patria odiando a los peruanos. Son la masa flaite, amorosamente criada y educada por un gobierno tras otro. Marea blanca a veces, marea roja ahora, que exige su parte del festín. Celebra la marca de cerveza barata, el ron tóxico, las camisetas falsificadas en Shangai. Los caballos de la policía cercan el perímetro. Sospecho que me ocultan algo, así que apuro el paso. El aire huele a lacrimógena reciente y se escuchan los rugidos de una multitud que grita Viva Chile, Viva Chile, Viva Chile, pero ¿dónde esta ese Chile? Mirando el fútbol. Oyendo el fútbol. Respirando, tragando, sudando, digiriendo y excretando fútbol. Las anchas alamedas están llenas de fútbol. La muchedumbre me exige que yo grite otro “ce hace i”, y que después les entregue el celular y las tarjetas. Yo zafo a tiempo y huyo hacia zonas menos devastadas. Entró a un café con piernas, donde chicas de todos los países gritan el gol de no sé quién. En el otro lado del mesón, dos ex ministros se ningunean con miradas que dan risa. Es tarde, es tan tarde. O es temprano, muy temprano. Los muertos de hambre lanzan vítores hacia los cielos. Parece que le ganamos a otro país de desventurados. Entonces somos los mejores. Sospecho que me ocultan algo. Vengo viendo el mismo partido desde hace unos veinte o treinta años. Siempre desde el otro lado de la vidriera. La pelota que sale en la pantalla es de lujo. La nuestra, la real, es de plástico feble y baratito, se desinfla al primer golpe. Tiene impreso en relieve el mapa del planeta. Pero yo no sé donde está mi país en ese mapa. El balón se pierde en una esquina. Yo corro a buscarlo, sabiendo, ahora sí, que esta vez me ocultan algo.


Pablo Padilla Rubio