miércoles, noviembre 25, 2009

No fui

No fui al encuentro de los viejos tercios del Glorioso Pedagógico ochenteno el sábado 21 de noviembre de 2009. No pude. No se pudo.
Y es que la vida tiene una sabia cinética que hace caer las cosas por su propio peso. Puesto en la disyuntiva de una agenda recargada, con cuatro eventos sumamente personales, se impusieron tres que tenían que ver con mi presente, y se cayó solito el que me enfocaba en el pasado.
Lo siento pero no me arrepiento. Me duele, pero a la vez me alegra ver cómo el transcurso de las existencias toma su propio y sagrado orden. En el encuentro del Peda (según vi en las fotos del imprescindible Facebook), había mucha gente muy querida, a quien me hubiera gustado ver. Y, por lo menos ese sábado, estaba seguro que los iba a ver a todos en alguna otra ocasión, en la cual sería el pasado quien se habría de imponer.

Pues bien. Ahora es miércoles, y ya todos los de ese grupo nos enteramos de la tristísima partida de Toño Román, uno de los dirigentes que quería dirigirnos en esos tiempos (perdón por la redundancia).
Apenas supe de su muerte, se me asomaron unos versos que ya he compartido en varios sitios (entre otros, este: http://lametalengua.blogspot.com/). Y es casi estúpido, casi superfluo, esto de comprobar una vez más como las palabras pierden el poder de expresar lo que uno siempre. Por eso busco el verso y su respiración, a ver si en algo ayuda a soltar el nudo del corazón.
Toño Román fue (es, será), una de esas personas que uno deja de ver por años, pero sigue estando allí, como una figura destacada dentro del canón de la mejor nostalgia. Para mí, el breve paso por el Peda fue relevante en cuanto a marcar el fin de la infancia, el momento en que uno dice claramente, como en una canción de por ahí “esto no es un juego, nena, estamos atrapados”. En el Peda me tocó aprender a jugar a la guerra callejera, a poner el propio pellejo en la primera línea, para aprender luego que el asunto iba demasiado en serio. En mi caso (y el de muchos), lo aprendimos de la peor de las maneras: cargando en nuestros hombros el ataúd con el cuerpo del amigo.
Era marzo del 85, ¿recuerdan? Las llamadas incrédulas de una a otra casa, tratando de creer que ese Eduardo Vergara Toledo no era nuestro Pelao. Pero era. Era él y el fin de su vida. Era él y el fin de nuestra infancia.
No es casual que en esta hora lo recuerde. Junto a todos nosotros, Toño Román estaba allí, llorando, gritando y cargando el ataúd por las sucias calles de Santiago (calles sucias de sangre que aún no ha sido lavada).
Y ahora él. Quién sabe si es la misma muerte, la misma pena, la misma rabia y abandono el que orientó su mano a la hora del final. Quizás sólo haya una muerte para todos, quizás. Pero sé que hay muchas, muchas vidas sueltas por ahí.

Mi vida, como la de todos, seguirá su curso. No sé si al próximo encuentro pueda ir. La verdad nadie lo sabe. Todos alguna vez nos convertiremos en sombra, en eco y en recuerdo. Toño decidió tomarse un atajo. Nos deja su propia sombra, su propio eco, su propio recuerdo. Fuimos valientes. Fuimos locos. Fuimos alegres como él. Lo seguiremos siendo.

Descansa en paz, compañero.