jueves, marzo 04, 2010

Terremoto mediático 2

En el anterior posteo reseñé tres tipos de periodismo, (el periodismo como espectáculo, el periodismo ciudadano y el periodismo funcionario. Por supuesto que estas son visiones parciales y quizás muy particulares del total de la prensa nacional. Hay algunas excepciones, pero de momento son sólo eso: excepciones.
Yo detecto por lo menos otros dos tipos de periodismo imperantes: el todo terreno y el a-literario.

4.- Periodismo todoterreno. O un término más elegante, que es ser un periodista multimedios. Se trata de tener la capacidad de saltar entre distintos soportes indistintamente: texto, imagen, voz, video. El mismo que locutea es quien despacha notas, sube fotos a la web y edita notas audiovisuales. Una especie de hombre orquesta que salta de un tema al otro y de un tema al otro. Resultado: dispersión, poca coherencia en la noticia, falta de una visión global. Claro que este tipo de periodismo es sumamente útil para los dueños de los medios, que ven en este tipo de profesionales al funcionario óptimo, el que sirve para todo, y por la misma plata. Como consecuencia, el periodismo difícilmente distingue la paja del trigo. Es lo mismo el perrito salvado de la ola que el atraso en la alerta de un tsunami, por ejemplo. Y este tipo de información está directamente emparentada con el siguiente (y de momento último fenómeno)

5.- El periodismo a-literario, o carente de discurso. Quizás acá uno encuentre el asunto más de fondo. Los demás puntos pueden ser más bien cosméticos y solucionables con algo de buena voluntad de parte de los medios y los profesionales, se pueden mejorar esos problemas. Pero las largas coberturas mediáticas que el terremoto ha desencadenado, desnudan la falta de fondo del periodismo nacional. Y a eso lo denomino un estado a-literario, y no me estoy refiriendo a un hecho estético o a problemas en el uso del lenguaje (que las hay, y muchas). No. Además del rol meramente informativo, el periodismo ha cumplido muchas veces una función de construir relatos en un sentido superior del término. Relato en el sentido de ordenar los hechos, confrontarlos con la historia, con la identidad y con todo aquello que es lo más profundo de lo humano. No en vano, el cúmulo noticioso constituye una de las fuentes de la historia. Esa posibilidad de construir un relato coherente a partir de hechos aparentemente caóticos habla de darle al lector la oportunidad de entender lo que sucede, no sólo de conocer y presenciar las cosas. Se trata de poner en contexto, extrapolar, en fin, dar un salto intelectual junto al receptor más allá del torbellino de los hechos.

Para esto no es condición necesaria que cada reportero sea un novelista en ciernes. Quizás, para el caso de la actual catástrofe, bastaría con que respondieran las preguntas básicas del periodismo (que se supone debieran haber aprendido en la escuela): ante un hecho hay que dejar en claro: qué, quién, cuándo, cuándo, dónde, cómo y por qué. Este mínimo exigible en la calidad de la noticia ha sido escasamente cumplido. Por ejemplo, de los reporteros destacados en terreno en el edificio Alto Río, hasta el momento cuesta escuchar o leer una información certera, o que parezca serlo. Para empezar, hasta el hoy, todavía hay discrepancias en cuanto al nombre del recinto colapsado. Para muchos sigue siendo “Borde Río”. Ni hablar de cifras claras de bajas, desaparecidos, rescates, constructora responsable de la edificación, en fin. LO básico de la noticia no está a la vista, o aparece disperso. Y eso que, por lo menos en cuanto a la televisión, ha habido unos cuantos “próceres” de la prensa cubriendo el hecho, algunos con experiencia internacional.

Insisto en el punto. Bajo la apariencia de una cobertura sensible, cercana a la gente e inmediata, con largos reportajes de la devastación, se esconde un tipo de reporteo extremadamente light, ligero como comida chatarra, que sacia por el momento, pero que no alimenta, y que termina por asquear.

No basta con que un reportero se instale, con más o menos recursos, en el centro mismo de los hechos. Eso es sólo el punto de partida para una cobertura decente. Pero si ese mismo personaje está constreñido por una visión del mundo de poco vuelo, si no tiene el arrojo intelectual suficiente para armar un todo coherente a partir de los hechos, su labor se la lleva el ciento. Y lo peor, no contribuye a la reconstrucción espiritual. Estamos faltos no sólo de medios materiales. Necesitamos imperiosamente un refuerzo al ánimo, necesitamos una visión certera de las causas de lo que vemos. No es sólo la furia de la naturaleza, sino que la relación del ser humano con ella. Es eso parte de lo que está en juego. Lo necesitamos como cuerpo social. Y para eso hay que estar bien informado. Acá, aparte de una suma eterna de despachos espeluznantes, ha faltado un centro espiritual e intelectual del discurso, una coherencia que saque lecciones desde la brutal contingencia. Esa es una deuda que se intenta pagar con sensacionalismo, inmediatez y sensiblería. Y claramente eso no sólo no es suficiente, sino que aburre. La gente termina por no querer saber nada, agobiados por la exhibición barata de este mar de sufrimiento, sin nadie que sea un real aporte.

La historia del periodismo muestra a unos cuantos nombres pasados y actuales que fueron capaces de afrontar la información como un atarea superior del espíritu humano. Claro, muchos de ellos devinieron en escritores, pero fogueados en el reporteo. Ernst Heminway, Truman Capote, Ryzard Kapuscinski, George Orwell, André Malraux, Gabriel García Márquez, Robert Fisk, Robert Kaplan, por nombrar a algunos.

En nuestro país también tenemos muchos ejemplos de periodistas capaces de entregar una visión completa, que enriquece al lector, y no sólo lo entretiene. Lenka Franulic, Patricia Verdugo, Mónica González, Juan Pablo Cárdenas, en fin, muchos nombres que ahora, en este estado de cosas, se extrañan en las pantallas, en el papel y en los oídos.

En definitiva, como en otros asuntos relativos a Chile, nuestro periodismo no es un periodismo de país desarrollado, no es un periodismo a la altura de la OCDE (en esta parte pueden reírse). Por muchos blackberrys y antenas satelitales que carguen, el saldo es, otra vez, mediocridad.


Pablo Padilla
Escritor