miércoles, julio 09, 2008

Working Class Hero

Working Class Hero, junto con ser una gran canción, debe ser una de las más interesantes muestras de rebeldía constructiva, una auténtica llamada a la liberación individual, una incitación a la revolución interior, venciendo los prejuicios que la educación social inserta en nuestras mentes. “Si quieres ser un héroe, sólo tienes que seguirme”. Lennon fue un genio algo ególatra, empeñoso, certero y furibundo. Y en eso, claro que hay que seguirlo.
Lennon vuelve a mi memoria y mis oídos a raíz de lo siguiente: cayó en mis manos un pequeño libro de bolsillo, parte de una colección con el expresivo nombre de “Eureka”. Es un mini manual para uso de expertos en marketing, en el que se explica brevemente la estratificación social, los segmentos con que publicistas y comunicadores trabajan para vendernos ilusiones en cuotas. Desde la desorbitada altura de los que viven en la letra A, hasta el sórdido abismo de las letras D y E, la sensación que me llena no es la de conocer una realidad concreta, sino que algo más sutil y, si se quiere, siniestro.
Y es que la descripción que Eureka entrega de las castas sociales, nos revela mucho acerca de la visión de quien lo escribió. Al menos esa es la sensación que me queda al revisar los conceptos descritos.
Claro, el primer truco es la famosa distinción que se hace de los más acomodados. Si bien la A está muy por encima de B y C, siempre se juntan y se habla de lo más granado como perteneciente al ABC1. Esta acrobacia conceptual permite que los tipos que ganan un palo y medio a tres palos se sientan al mismo nivel de los que efectivamente están en la cima de la escala alimenticia humana, como dueños de empresas y corporaciones. Seguramente, esto permite a los publicistas vender de mejor manera su armada de productos.
Hacia el otro extremo, la manipulación toma otras formas, yéndose directamente a lo despectivo. Los sectores menos privilegiados, (cayendo desde la C hasta la D y la E), son descritos con términos que recuerdan más a los tiempos de la camioneta verde de Alberto Hurtado que la pobreza vestida de Nike y Adidas que actualmente nos define. Claro que aún quedan campamentos y miseria dura como las que Eureka hace notar, pero eso es la minoría. La pobreza actual es una pobreza de casa de ladrillo princesa y techo de pizarreño. De bloques de pésimo concreto y calles asfaltadas. Casas Cuvi, casas de nylon, en fin, la madera le dio paso al peor de los cementos. Eso lo dejó más que claro una de las partes de la película “El Chacotero Sentimental”, hace muchos años. Y lo recuerdan a cada rato los noticieros sanguinolentos de la tele. Peor los sabios redactores de Eureka se quedaron perdidos en el tiempo de “Machuca”. Y la pobreza actual, vaya que es cierto, es una pobreza pagada a plazos, pobreza de dinero plástico y cajero automático.
Pero tipos que se erigen como paladines de la mercadotecnia no se dan el trabajo de darse una vuelta por la realidad que dicen describir. Detrás de eso hay mucho de desprecio, mucho clasismo de la peor calaña. O simple flojera, la suficiente como para ahorrarse el trabajo de campo, bajar desde la torre de marfil y darle una mirada a la realidad que venden en sus páginas.
Después de eso, es difícil sorprenderse de encontrar “profesionales” que no dudan en consagrar conceptos como el de “Puente Asalto”, que hace poco salió en televisión.
Parece que tras los paneles que cubren las carreteras urbanas, la realidad de la pobreza no se ve, no se entiende, no se oye. Quizás nos falta un Héroe de la Clase Trabajadora que aúlle unas cuantas verdades, a ver si los doctores de la ley se dan por aludidos, escuchándolo a través de los parlantes más caros.
Estos geniales redactores se sienten listos, apolíticos y libres. Lennon lo cantó en plan de ironía, pero ellos se creen el cuento. Y lo venden caro. Por mi parte, estoy que tomo el librito y se lo mando por correo a Benito Baranda, a ver qué piensa de todo eso. Más aún, considerando que él y su familia viven en otra comuna estigmatizada: La Pintana.
¿Quieres ser un héroe? Sigue a Lennon o a Baranda, no sigas a Eureka.

Salir a pelear

Pasa un largo bus del Transantiago, blanco y algo sucio. Va repleto y más que repleto de pasajeros. Como si fuera poco, sobre su techo van unos veinte tipos gritando consignas futboleras, mientras agitan banderas y brindan con cerveza. Algunos van de pie, la mayoría están sentados, aguantando el bamboleo de la máquina. Todo esto mientras el vehículo avanza por una ancha avenida, rumbo al estadio, allá cerca de la cordillera.
El espectáculo es extraño. A pesar de lo estúpido y anormal que puede ser, nadie parece preocuparse mayormente. La gente en las aceras y los paraderos lo ve pasar como pasa el viento. El chofer del bus conduce con una cara de lo más tranquila. Es un momento de esos en los que pareciera que se acabaron las sorpresas. Recuerdo otras imágenes que uno ha visto en películas o en las noticias, o incluso en persona. No sé: trenes en la India, rebosantes de pasajeros. Un señor dormido sobre una montaña de repollos que abarrotan un camión desbocado por alguna carretera. Vehículos de insurgentes que atraviesan una ciudad, agitando sus armas, mientras se dirigen hacia alguna guerra a unos kilómetros más allá. De alguna manera debe ser más o menos así: hay una guerra un poco más allá, pero a los que no la van a pelear no les interesa, y perciben apenitas a estos precarios guerreros que salen a pelear trepados sobre un bus, en precario equilibrio sobre su propia estupidez.
El móvil se aleja hacia el oriente, mientras yo me desplazo hacia el poniente, en exacta dirección contraria. Y todo lo que describí, ahorrándome palabras, apenas lo alcancé a percibir nada más que un par de segundos. Los parlantes de mi auto es más lo que chicharrean que lo que verdaderamente suenan. Aún así, alcanzo a distinguir los versos con que el Indio Solari cierra su casi genial disco Porco Rex. “Donde hay dolor habrá canciones”. Nueve. Son sólo nueve sílabas que sirven para definir un plan, una visión de vida y un resultado sonoro. No pienso escribir por el momento un review de un disco que salió el año pasado. Pero es extraño constatar como esos y otros versos se aferran con dientes y uñas a la realidad cada minuto que pasa, con más y más fuerza.
Mientras avanzo por el incierto asfalto de la patria, mi torpe humanidad junto a la de otros miles se lanza en plan de buscar acá o allá algo con que llenar ciertos vacíos. Cada cual sabrá, si tiene suerte, de qué está hecha esa materia milagrosa que se busca. Yo no lo sé, no tengo la menor idea.
Y cruzo y cruzo puentes, avenidas infames, tacos soporíferos. Y esquivo a un compatriota tras otro que me viene con su propio cuento, que me limpia los vidrios, que me vende un chocolate, que quiere monedas para los niños moribundos o los bomberos más heroicos. Los evado uno a uno, con mi mirada compasiva y mentirosa, subiendo el volumen de la radio para que el rock and roll de rabia tome el mando y pilotee todas estas naves.
Si, ya sé que no voy a ninguna parte. El sol no hace más que ir cayendo hacia su cuna de pequeños cerros. La gente no hace más que huir del frío iluminado de un otoño con sequía. Solari persevera con lo suyo: “Acabo de perderlo todo: bebamos de las copas más lindas que tenemos”. Vale. Todo vale.En la siguiente imagen, me veo a mi mismo manejando un extraño vehículo, largo y agusanado. Sobre el techo una bandada de dementes cantan canciones de mi pleno gusto. Acelero cada vez más. No tengo idea de hacia dónde nos dirigimos. Quizás sea una guerra, quizás alguna tregua deliciosa. En cualquier caso, tengo prisa por llegar.

Ruta G-25 revisitada

Ruta G-25 revisitada

Buscando los tesoros escondidos de la tierra, cada verano es la ocasión de subir hasta estos cerros del centro de Los Andes. No es lejos pero tampoco es demasiado cerca, no se engañen. Porque este viaje está cargado con la ilusión de una distancia más grande de lo que las cifras nos señalen. Apenas setenta kilómetros bastan para que toda ciudad se pierda en olvido y lejanía. ¿Cuál es el camino misterioso que nos toma para llevarnos hacia una vida lenta y bella? Ni más ni menos que la ruta G-25 revisitada, plagiando de mala forma una enorme canción de Bob Dylan. Pero en este camino no hay un dios que nos pida sacrificar un ser amado, como en ‘Highway 61 Revisited’.
Sobre su asfalto, sobre su tierra, ya sea en bus u otro vehículo, encendemos la radio de la mente y cantamos la gloria y el jolgorio de andar libres por esta enorme luz.
La tierna brutalidad del sol nos acompaña. Y aunque nos queme espalda y hombros, ese calor es el que mueve los vientos, y el aire despeina los cabellos de los seres más amados, y todo está tan calido de amor entonces.
La G-25 no es un camino de los fáciles. A cada rato hay un peligro puesto allí para esquivarlo, para avanzar en medio del furor y la cautela. Abismos increíbles que nos gritan con su resonancia: “¡sigan, sigan avanzando! Más allá los espera la sagrada sombra de los árboles, y furiosos ríos que derrotarán la sed”.
Los que suben y los que bajan esta ruta forman una cofradía donde resiste la libre humanidad. Lanzada al viaje con una precaria mochila, una frazada enrollada y botellas de líquidos vitales, para encontrar así su cielo abierto, su conversación insomne bajo el poder del infinito de estos cielos. La amistad y la pasión se hacen pan tostado, mermeladas naturales y música cantada a coro, con un eco de montañas demasiado poderosas.
En las precarias micros que trepan por acá se arman amistades del momento. Conversaciones, consejos sobre tal o cual cumbre, tal o cual quebrada que subir para encontrarse la sorpresa de un lago, una vertiente, un valle donde todo se renueva. Relatos de aventuras vividas un poco más allá, pescando en esas aguas, bañándose en una cascada o durmiendo bajo sauces fieles. Y mientras se habla, se abren latas de cerveza fraternal, tarros de atún, paquetes de galletas, para compartir, para acompañar, para aligerar el viaje.
Y todo gracias a esta frágil carretera, la G-25. Apenas una huella para los estándares de la modernidad. Para nosotros, una arteria que conduce al centro de las almas. Sentimos su sabor a espíritu, a beso y a fogata, a fruto salvaje. Sentimos su olor a lluvia y temporales, mientras unos cóndores sobrevuelan la ilusoria vida de la gente, nuestra propia existencia ingenuamente feliz. Acá se siente uno a salvo de agresión y lucha, a salvo de cualquiera de estas guerras cotidianas en que se nos ocurrió vivir.
Avancemos otra eternidad por esta ineludible senda. Señoras y señores: bajo sus pies, bajo sus ruedas, se despliega como una jovial serpiente la honorable G-25, el más encabritado de los horizontes.