martes, mayo 11, 2010

¿Combatir la evasión es la solución?

TRANSANTIAGO EN CIFRAS:
DINERO GASTADO EN ESTUDIOS PARA SU IMPLEMENTACIÓN: DIEZ MIL MILLONES DE PESOS , ENTRE 2003 Y 2006
SUBSIDIO ANUAL PARA QUE “FUNCIONE”: TRESCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MIL MILLONES DE PESOS.
COSTO ANUAL TOTAL DE LA EVASIÓN: MIL OCHOCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MILLONES DE PESOS, (MENOS DEL 2% DEL TOTAL DEL SUBSIDIO).

En el momento en que escribo esto, el Transantiago lleva tres años, tres meses y un día de pleno funcionamiento. Pero, más allá del tiempo que lleva instalado, la verdad es que el dichoso sistema no ha dejado de ser un tema, especialmente para nosotros, los usuarios.
Y, por si alguien se quisiera hacer el leso con este asunto, cada cierto tiempo vienen desde arriba a recordarnos el asunto. Y de un amanera que no deja de sorprender. Y, a veces, incluso llega a ofender. Claro: la noticia de hoy es el enorme déficit que Transantiago presenta. Y todo indica que no hará más que mantenerse, si no aumentar. Lo ofensivo viene por el lado de que, según la campaña sostenida en toda clase de medios, la culpa del déficit está en la evasión de pago de una masa de pasajeros. Así de simple: si el sistema está desfinanciado, es por culpa de nosotros, los usuarios. Tanto el que derechamente no paga, como el que, pagando, permite con su pasividad que otros viajen de gratis. De hecho, la campaña incita a que los unos denuncien y acosen a los otros, buscando que los colados cancelen su pasaje.
Es la típica inversión conceptual, que busca convertir a los efectos de un problema en la causa, escamoteando de pasada, la solución a los problemas a partir de la realidad. Porque, según creo, la evasión es un problema mucho más complejo que la simple frescura de la masa. En primer lugar, se borra de un plumazo la responsabilidad de los diseñadores del sistema. Ellos, basándose en un modelo matemático, jugaban a crear distintos escenarios hipotéticos a partir de los cuales dieron forma al engendro que es el Transantiago. En este jugueteo teórico, ellos inventaron una realidad, (creo que era el “Escenario 11”), donde el transporte de una ciudad de más de cinco millones de habitantes, se sostenía con menos de 5 mil micros, con una malla de recorridos escuálidos , largos tiempos de espera y frecuente hacinamiento en los viajes (ya fuese en micros o en el Metro). La realidad, porfiada como ella sola, los ha desmentido durante todo este tiempo: el sistema no funciona.
Y peor aún si consideramos que sus propios ofrecimientos iniciales rara vez se han cumplido. Voy a citar algunos, que son a mi entender de los más importantes.
Se ofreció una tupida red de lugares de recarga para la tarjeta BIP, con cerca de mil puntos en toda la región. Muy por el contrario, los lugares posibles para recargar son escasos y distantes. Más aún, el modelo de negocio planteado es muy poco atractivo como para que los pequeños almaceneros quieran meterse de lleno en él. Esto, debido a que se les exige a los mismo s comerciantes prepagar el monto de los pasajes ofrecidos, con márgenes de ganancia muy reducidos. Además, se les paga con un atraso que torna insostenible un punto BIP en un local modesto.
También se aseguró que por lo menos la mitad de la flota contaría con cobradores automáticos que recibirían monedas, sin dar vuelto. Así, si uno no tenía carga en la tarjeta BIP, podía cancelar en alguna micro. Esta alternativa, como se sabe, brilla por su ausencia, así que si te encuentras con tu tarjeta BIP vacía, no te queda sino colarte, o pedir al chofer que te lleve de buena voluntad hasta el Metro, donde sí se puede recargar.
Claramente los gestores del sistema se creyeron a concho el jueguito del modelo matemático, y no se molestaron en “bajar al llano” para conocer la realidad. Todos recordamos ese ritual típico de la micro amarilla: el dinero que pasaba de mano en mano desde la puerta trasera hasta el chofer, para luego recibir el vuelto y el boleto de regreso. Incluso la gente de regiones se asombraba de la honestidad y el civismo que este gesto entrañaba. ¿En qué momento nos convertimos en esa masa que sólo piensa en colarse en la micro, empujando a todo y a todos? Si los cerebritos a cargo hubiesen conocido en algo el antiguo modo de hacer las cosas, hubiesen puesto validadores en todas las puertas, y asunto resuelto. Tengo la impresión de que ya es tarde como para aplicar esta solución. Demasiado tiempo acostumbrando a una muchedumbre a viajar gratis, quizás ese daño ya está hecho. La implementación de zonas pagas ayuda a mitigar en parte eso, pero estas sólo funcionan en horarios muy limitados. Y, paradójicamente, muchas de esas zonas no tienen cerca un centro BIP donde cargar la tarjeta.
Claro: hablan de la evasión como el gran problema, pero curiosamente, no se ve un gran entusiasmo por el Transantiago para facilitar el pago. ¿No será que el subsidio permanente los tiene acostumbrados a ganar plata fácil? Así, quién quiere salir a cobrar.
Cabe recordar que, entre 2003 y 2006, las mentes iluminadas que armaron esta masiva estafa se gastaron DIEZ MIL MILLONES DE PESOS SÓLO EN ESTUDIOS. Plata que salió de nuestros bolsillos, como corresponde, ya que el Estado paga, con cargo a nuestros impuestos. Y pagamos todos, seamos o no usuarios del sistema. Bien lo saben en las regiones.
Al día de hoy, se estima que, para que el sistema ande (y ande mal, como sabemos), se requiere de un subsidio anual de SEICIENTOS SETENTA MILLONES DE DÓLARES. En plata chilena, son más de TRES CIENTOS CINCUENTA Y CINCO MIL MILLONES DE PESOS. ¿De dónde sale la plata? Adivinen: del mismo bolsillo antes mencionado.
Por eso ofende y enoja que la campaña contra la evasión hable de “meter la mano en el bolsillo de otros”, inculpando directamente a los usuarios. Si la evasión se redujese a CERO milagrosamente, el Transantiago seguiría siendo el bodrio que es, y el déficit disminuiría en una mínima proporción. De hecho, la evasión representa unos MIL OCHOCIENTOS CINCUENTA Y CINCO MILLONES DE PESOS AL AÑO, menos del 2% del déficit anual.
El gran problema del sistema es la evasión, pero no la del pago. El problema es la evasión de responsabilidades, la evasión de hacerse cargo de un plan mal diseñado y peor ejecutado. Claro, la mayor culpa recae en los gobiernos de la Concertación, que inventaron el engendro. Pero todo indica que el actual gobierno no se va a salir mucho de esa ruta. Total, están metidos en el cuento personajes como Andrés Navarro, que financiaron primero campañas de la Concerta y luego, las de la Alianza. Y ni hablar de las ex autoridades que, de l anoche a la mañana, se transformaron en empresarios del transporte, asesores privados o directamente ejecutivos. En fin. Una vez más, “la izquierda y la derecha unida, jamás serán vencidas”. Y nosotros, esperando una micro utópica que se niega a pasar. Y ojo, que quizás la única forma “decente” de paliar el déficit y evitar el subsidio, sea lo que hoy planteaba el ministro de Transportes, Felipe Morandé: subir la tarifa. Otra vez, la mano de los grandes busca el bolsillo de los pequeños.
Quedan varios puntos pendientes por tratar: el alza de tarifas en detalle, la calidad del servicio, las micros enchuladas, las condiciones laborales del personal de Transantiago, los vendedores ambulantes y cantantes, en fin. Pasan y pasan los años, y Transantiago sigue siendo como la primera vez, hace tres años, tres meses y un día: un asco.