Primera parte
A estas alturas y, más allá de los efectos directos e indirectos de la catástrofe, resulta que me declaro chato con la situación. Me refiero a estar chato con respecto al comportamiento de los medios ante el cataclismo. En honor a la brevedad, lo he resumido en los varios puntos. Muchos de ellos estaban presentes en la labor informativa general antes del terremoto, pero ahora se han exacerbado y llevado a sus (espero) últimas consecuencias. A mi juicio, la cobertura periodística ha estado marcada por los siguientes puntos negativos, que son los que me han terminado por agobiar.
1.- Periodismo espectáculo. La presentación noticiosa ha de ser forzosamente atractiva, muy atractiva. Más allá de un deber vocacional de informar, se busca mantener la atención del televidente, auditor o lector. Mediante la búsqueda de lo sensiblero, lo emotivo per se, lo anecdótico, lo banal y la visión fuera de contexto, la noticia se aleja de una comprensión global de causas y efectos, para convertirse en un imán de los instintos primarios del receptor. En ese mismo camino, las noticias más impactantes se repiten una y otra vez, dando la idea de un continuo noticioso sin ton ni son. Y eso termina por despistar, deprimir y aburrir.
2.- Periodismo ciudadano. Bajo la loable máscara de eliminar las barreras entre emisor y receptor, el uso de tecnologías móviles de imagen, texto y voz, permite que los mismos ciudadanos envíen datos, imágenes y a veces verdaderos reportajes. Este fenómeno ha incluido fuertemente a las redes sociales (twitter, facebook y similares), como fuente “fidedigna” de hechos noticiosos. Esto elimina el filtro editorial, abriendo los canales a todo tipo de sesgos desorganizados de la información que se presenta. Bajo esta aparente democratización de la información, la información se ha vuelto una sucesión de supuestos golpes noticiosos sin mayor reporteo. Si antes se suponía que el periodista era, antes que todo, reportero, que iba y verificaba en las fuentes los datos, ahora muchas veces es un simple usuario que pone al aire lo que llega a su computador o teléfono móvil. Buena parte de las olas de noticias infundadas (falsos saqueos, confirmación y refutación de tsunamis, etc.), han nacido de este tipo de periodismo. Da la impresión de que basta con un teléfono y algo de histrionismo barato para desatar algún grado de histeria, avisando a un medio sobre un saqueo o una salida de mar supuestas.
3.- Periodismo funcionario. El periodista dejó hace rato de ser aquel espécimen que, avalado pos su fuerte vocación, reporteaba y perseguía el dato con rigor y empeño. A cambio, una gran cantidad de periodistas trabajan cómodamente instalados en sus escritorios, conectados a facebook, twiter y MSN. Con eso basta y sobra. La verificación de datos consiste en llamar por celular a alguien cercano al hecho, para que le envíe de vuelta el texto para hacer copy/paste, o el jpg para decorar la nota. Como efecto secundario de esto, el periodismo termina muchas veces por ser acrítico, amorfo y no opinante. Son esos profesionales los que no saben contra preguntar en una conferencia de prensa, los que se limitan a transcribir comunicados oficiales (del estado y de las empresas), los que publican sin siquiera leer lo que llegue de las agencias.
Claro, ustedes me dirán que con el terremoto, muchos se vieron obligados a salir a terreno, rompiendo por lo menos con este problema. Puede ser, pero también es cierto que la catástrofe a dejado a la vista otros dos tipos de periodismo que de momento sólo enunciaré: el periodismo disperso (o todoterreno) y el periodismo a-literario o sin discurso. Esos son tema para un próximo posteo.
Segunda Parte
En el anterior posteo reseñé tres tipos de periodismo, (el periodismo como espectáculo, el periodismo ciudadano y el periodismo funcionario. Por supuesto que estas son visiones parciales y quizás muy particulares del total de la prensa nacional. Hay algunas excepciones, pero de momento son sólo eso: excepciones.
Yo detecto por lo menos otros dos tipos de periodismo imperantes: el todo terreno y el a-literario.
4.- Periodismo todoterreno. O un término más elegante, que es ser un periodista multimedios. Se trata de tener la capacidad de saltar entre distintos soportes indistintamente: texto, imagen, voz, video. El mismo que locutea es quien despacha notas, sube fotos a la web y edita notas audiovisuales. Una especie de hombre orquesta que salta de un tema al otro y de un tema al otro. Resultado: dispersión, poca coherencia en la noticia, falta de una visión global. Claro que este tipo de periodismo es sumamente útil para los dueños de los medios, que ven en este tipo de profesionales al funcionario óptimo, el que sirve para todo, y por la misma plata. Como consecuencia, el periodismo difícilmente distingue la paja del trigo. Es lo mismo el perrito salvado de la ola que el atraso en la alerta de un tsunami, por ejemplo. Y este tipo de información está directamente emparentada con el siguiente (y de momento último fenómeno)
5.- El periodismo a-literario, o carente de discurso. Quizás acá uno encuentre el asunto más de fondo. Los demás puntos pueden ser más bien cosméticos y solucionables con algo de buena voluntad de parte de los medios y los profesionales, se pueden mejorar esos problemas. Pero las largas coberturas mediáticas que el terremoto ha desencadenado, desnudan la falta de fondo del periodismo nacional. Y a eso lo denomino un estado a-literario, y no me estoy refiriendo a un hecho estético o a problemas en el uso del lenguaje (que las hay, y muchas). No. Además del rol meramente informativo, el periodismo ha cumplido muchas veces una función de construir relatos en un sentido superior del término. Relato en el sentido de ordenar los hechos, confrontarlos con la historia, con la identidad y con todo aquello que es lo más profundo de lo humano. No en vano, el cúmulo noticioso constituye una de las fuentes de la historia. Esa posibilidad de construir un relato coherente a partir de hechos aparentemente caóticos habla de darle al lector la oportunidad de entender lo que sucede, no sólo de conocer y presenciar las cosas. Se trata de poner en contexto, extrapolar, en fin, dar un salto intelectual junto al receptor más allá del torbellino de los hechos.
Para esto no es condición necesaria que cada reportero sea un novelista en ciernes. Quizás, para el caso de la actual catástrofe, bastaría con que respondieran las preguntas básicas del periodismo (que se supone debieran haber aprendido en la escuela): ante un hecho hay que dejar en claro: qué, quién, cuándo, cuándo, dónde, cómo y por qué. Este mínimo exigible en la calidad de la noticia ha sido escasamente cumplido. Por ejemplo, de los reporteros destacados en terreno en el edificio Alto Río, hasta el momento cuesta escuchar o leer una información certera, o que parezca serlo. Para empezar, hasta el hoy, todavía hay discrepancias en cuanto al nombre del recinto colapsado. Para muchos sigue siendo “Borde Río”. Ni hablar de cifras claras de bajas, desaparecidos, rescates, constructora responsable de la edificación, en fin. LO básico de la noticia no está a la vista, o aparece disperso. Y eso que, por lo menos en cuanto a la televisión, ha habido unos cuantos “próceres” de la prensa cubriendo el hecho, algunos con experiencia internacional.
Insisto en el punto. Bajo la apariencia de una cobertura sensible, cercana a la gente e inmediata, con largos reportajes de la devastación, se esconde un tipo de reporteo extremadamente light, ligero como comida chatarra, que sacia por el momento, pero que no alimenta, y que termina por asquear.
No basta con que un reportero se instale, con más o menos recursos, en el centro mismo de los hechos. Eso es sólo el punto de partida para una cobertura decente. Pero si ese mismo personaje está constreñido por una visión del mundo de poco vuelo, si no tiene el arrojo intelectual suficiente para armar un todo coherente a partir de los hechos, su labor se la lleva el viento. Y lo peor, no contribuye a la reconstrucción espiritual. Estamos faltos no sólo de medios materiales. Necesitamos imperiosamente un refuerzo al ánimo, necesitamos una visión certera de las causas de lo que vemos. No es sólo la furia de la naturaleza, sino que la relación del ser humano con ella. Es eso parte de lo que está en juego. Lo necesitamos como cuerpo social. Y para eso hay que estar bien informado. Acá, aparte de una suma eterna de despachos espeluznantes, ha faltado un centro espiritual e intelectual del discurso, una coherencia que saque lecciones desde la brutal contingencia. Esa es una deuda que se intenta pagar con sensacionalismo, inmediatez y sensiblería. Y claramente eso no sólo no es suficiente, sino que aburre. La gente termina por no querer saber nada, agobiados por la exhibición barata de este mar de sufrimiento, sin nadie que sea un real aporte.
La historia del periodismo muestra a unos cuantos nombres pasados y actuales que fueron capaces de afrontar la información como un atarea superior del espíritu humano. Claro, muchos de ellos devinieron en escritores, pero fogueados en el reporteo. Ernst Heminway, Truman Capote, Ryzard Kapuscinski, George Orwell, André Malraux, Gabriel García Márquez, Robert Fisk, Robert Kaplan, por nombrar a algunos.
En nuestro país también tenemos muchos ejemplos de periodistas capaces de entregar una visión completa, que enriquece al lector, y no sólo lo entretiene. Lenka Franulic, Patricia Verdugo, Mónica González, Juan Pablo Cárdenas, en fin, muchos nombres que ahora, en este estado de cosas, se extrañan en las pantallas, en el papel y en los oídos.
En definitiva, como en otros asuntos relativos a Chile, nuestro periodismo no es un periodismo de país desarrollado, no es un periodismo a la altura de la OCDE (en esta parte pueden reírse). Por muchos blackberrys y antenas satelitales que carguen, el saldo es, otra vez, mediocridad.
Tercera Parte y final
Me escribe una amiga periodista, quien me pregunta si encuentro algo bueno en los periodistas. Le contesto en el acto.
A lo mejor el problema de mi visión es creer que el periodismo tiene una especie de misión que cumplir, cuando en realidad vivimos en una sociedad cada vez más desestructurada y falta de coherencia. Y sospecho que eso sucede con toda profesión. Pienso lo que ha pasado con todas las actividades relacionadas con la construcción. Lo del periodismo puede pasar por anecdótico a ratos, si hablamos de la ingeniería, por ejemplo. En fin. Pero me dio con el periodismo (no con los periodistas, ojo), por el clima comunicacional que la catástrofe ha impuesto. Además, como escritor no puedo sentirme ajeno al relato que somos capaces de construir. Quizás en momentos de desastre casi absoluto no sea el mejor momento para discutir sutilezas, pero quizás si no es ahora, nunca lo será.
Además, todo esto pasa por la propiedad de los medios, la estructura de toma de decisiones dentro de los medios, la relación con los avisadores y con el Poder (así, de mayúsculas). Hay mucho pan por rebanar.
El caso es que, atrapado en ese supuesto de la misión del periodismo, uno compara el “deber ser” con el “ser real”, y las cuentas no son muy alegres. Por ejemplo, en un momento como el que vivimos, uno espera que se infunda algo de tranquilidad. En lo personal pienso en el caso Paz, y no es que quiera defender a la empresa. Pero sucede que como vivo en un edificio de esa marca, al cual no le pasó nada terrible, a uno termina por molestarle la liviandad con la cual cada edificio resquebrajado, chueco o definitivamente caído, se le haya atribuido a Paz, sin mucho rigor en la entrega. Y así con muchos temas tratados en el río informativo que nos inunda. La repetición insensata de imágenes y palabras termina por vaciarlas de significado. Yo no creo que el problema sean los periodistas, yo creo que el problema es el periodismo.
Si me piden que nombre cosas buenas, primero tengo que reconocer que en este evento ha habido una muy buena cobertura. Es decir, han sido capaces de llegar a un montón de lugares, muchos ellos aislados, incluso antes que la ayuda o las autoridades. Eso incluso termina por tener un efecto que excede lo estrictamente periodístico, llegando a tener un peso como denuncia de filo político: se desnuda el desamparo en que se encuentra ese país invisible de los pueblos chicos que no existen para el gobierno central.
Lo otro bueno es que, en la misma línea, el esfuerzo y la entrega han sido notables. Jornadas interminables de reporteo y despacho, en condiciones adversas e incomodas, cuando no peligrosas, muestran que la mayoría de los periodistas involucrados tienen carácter y aguante. Sacando lo mejor de la vocación, muchos periodistas han sabido estar al pie de los hechos, compartiendo penas y alegrías en medio de la noticia, casi como parte de ella. Bien por ellos.
Hay también otra cosa encomiable. Como el aislamiento y la caída de las redes de comunicación es enorme, hay muchos medios que dedican mucho tiempo a informar sobre personas desaparecidas, encontradas y salvadas. El rol social llevado a su mejor expresión.
Si se trata de dar nombres, tengo que mencionar a don Sergio Campos. Desde el momento mismo del terremoto, su voz ha sido un polo de sensatez y calma. Lamentablemente aparece sólo a ratos, (parece que está de vacaciones y/o convaleciente de una gran operación). El par de veces que lo he podido oír destaca mucho sobre los demás.
Creo que la radio ADN ha sido bastante cuerda, mesurada y responsable en su cobertura.
Y con los días la cosa ha ido mejorando poco a poco. El reportaje de Emilio Sutherland en Contacto (canal 13) estuvo bien de forma y de fondo mostrando todas las caras de la caldera hirviente de Concepción, con saqueos y solidaridad en dosis parejas. Así mismo, ya he visto un par de reportajes notables en El Mostrador, por ejemplo, siguiendo el tema de las fallas en las edificaciones. Y así, poco a poco van apareciendo pequeñas joyas que abren la esperanza en los medios. Ahora falta la solución final para este entuerto, pero eso, amiguitos, es otra cosa, y yo no lo escribiré.
Saludos
Pablo Padilla