29 de marzo otra vez.
Para los que vivimos demasiado cerca esa fecha, hace ya 25 años, pareciera que siempre es 29 de marzo. Claro, la fecha se tornó célebre, connotada y noticiosa. Y, por lo mismo, materia prima para el morbo periodístico, con un filo político y policial ineludible: es ni más ni menos que El Día del Joven Combatiente.
Yo pedí que a través del grupo del Peda se hicieran llegar recordatorios personales sobre nuestro querido Pelao Vergara. Y si se hizo así, lo que estaba era la intención de personalizar la fecha y de mostrar que estos héroes, nuestros héroes, fueron alguna vez como nosotros: carne y hueso. Sangre pensante, cerebro en acción, partes de un solo cuerpo colectivo que, cual más, cual menos, buscábamos lo mismo: el fin de lo espantoso.
Eduardo tenía diecinueve años. Rafael, diecisiete. Pensemos un momento en eso. Muchos de nosotros ya tenemos hijos de esas edades. Y los vemos como niños. Pues bien: Eduardo, Rafael y todos nosotros éramos eso: niños, niños que se plantaban frente al horror, que desafiaban al monstruo y que creían que era posible cambiar lo muerto por lo vivo. Y es bueno recordar que en esos tiempos de muerte y dolor éramos capaces de pasarlo bien y ser felices. Seguramente la edad misma nos protegía. Para todos nosotros la juventud era lo que debe ser: un tiempo luminoso, de aprendizaje fervoroso, pasión ciega y risa eléctrica. El Pelao eras uno más en nuestro soberbio jolgorio que intentaba tomarse por asalto el palacio de todos los inviernos.
Para nosotros, los de entonces, (la pomposa generación ochentera), es ineludible un hecho: conocimos al Joven Combatiente, fuimos amigos, polemizamos, no pocas veces discutimos, pero caminamos junto a él. Y recordar hoy su espantosa muerte es volver a sentir un estremecimiento, como cuando una bala pasa muy cerca, zumbando en los oídos, pero si tocarnos a nosotros. Por todo eso, el 29 de marzo de 1985 marca el fin de la infancia. Recordemos la incredulidad de los días siguientes, las nerviosas llamadas telefónicas confirmando lo que no queríamos saber: el muerto era él y su hermano. Había que crecer aceleradamente, tener fuerza en el espíritu y en la carne como para cargar sobre los hombros un par de ataúdes demasiado jóvenes.
Han pasado veinticinco años. El día del Joven Combatiente ocupa en la pauta periodística un lugar entre lo policial. En nuestra propia pauta vivencial sabemos que es otro el sentido. Es el joven combatiente en homenaje a quienes murieron ese día entregando lo mejor de la flor de su cortísima edad. Además de Rafael y Eduardo, también cayó, en otro lugar de la ciudad, Paulina Aguirre, no la olvidemos. Y como en un esfuerzo barroco de tapar un horror con otro, en esas fechas se produjo el triple degollamiento de Parada, Guerrero y Nattino. Años después, su hermano mayor, Pablo, junto a Araceli Romo cayó en otro episodio de ese combate utópico y sin fin. Recuerdo al mismo Pablo y su serena arenga en el Cementerio General de Santiago, un 31 de marzo de 1985. Tanta sangre, tanta…
Ninguno de ellos se merece ni un pedazo de olvido. Es otra vez el día del joven combatiente. Recordemos que nosotros también fuimos jóvenes combatientes. ¿Qué somos ahora? Nuestra lucha aún espera su victoria.
Los textos siguientes son apenas retazos de recuerdos del paso de Eduardo por nuestras vidas. Desde el más breve al más extenso, cada uno tiene su mérito. Son atisbos de una vida, retazos de la memoria de uno que fue como nosotros y que ya no nos acompaña.
No olvidar. No es una estatua, no es una fecha en el calendario, no es un despacho morboso de Chilevisión: es el día de Nuestro Joven Combatiente. Recordémoslo con una sonrisa cargada de futuro, arriba de las mesas del Casino, argumentando en alguna reunión semiclandestina, o pintando una muralla. Lo visible en estos días es lo noticioso, lo que llama la atención. Pero quizás tenemos que hacer un esfuerzo por sacar a flote lo mejor de aquellos tiempos, nuestro sudoroso y agitado día a día, nuestra felicidad, nuestra esperanza, que parece que quedó guardada en un ropero. Porque nuestra juventud fue mucho más que “Los Ochenta”, con todo su rating, hagamos memoria viva de lo que fuimos, de lo que Eduardo, Rafael, Pablo, Paulina, Araceli y tantos más fueron: jóvenes alegres, jóvenes combatientes, apenas niños mártires de una utopía que sigue sin cumplirse.
Un abrazo
Pablo Padilla Rubio
Tengo un recuerdo súper lindo y simple del pelao: con unas compañeras estábamos en la pieza y llega la mamá con una bandeja llena de tunas peladitas, cortaditas. Dulce.
Carmen Ulloa
Su nombre en las marchas , su nombre en el panfleto y la muralla del baño del peda.
Lo recuerdo en la voz de mi amigo- profesor contándome de sus tejeres de historia y del día en que se fue.
En el sudor corporal que me venia en la marcha....miedo, ansiedad y estar presente igual.
Su madre hablando, haciendo Tai Chi.
De Eduardo conozco el amor que dejó, el sueño que sembró, la valentía que en mi se multiplico.
Pamela Solar
Recuerdos del pelao Eduardo
El Contexto: el año 83 entro a estudiar historia en el peda y ahí estaba el Eduardo en 2º año y me integro a la UNED
Algunas escenas:
• Cuando me protegió de un hueón que me quería sacar a la calle estando los pacos, en plena protesta: estábamos cerrando la reja que daba para Grecia, en esa época no existía el murallón que hay ahora, y un hueón aparece por afuera y me toma del brazo tirándome hacia fuera pero instantáneamente Eduardo me sujeta y patea al hueón y cerramos la reja
• Cuando en Coronel, en los trabajos voluntarios se venia cantando “solo le pido a dios” acompañado de su guitarra: no se, es un bonito recuerdo de su espíritu humanista, sentados al final de la micro hacia el gimnasio del sindicato de Coronel donde alojábamos y después de una larga jornada él volvía cantando.
• Sus discursos y su dedo índice, igual que su papá: todos sus discursos con su característica mano indicando con el índice, igual como lo hace su papá cuando lo recuerda a él en los actos conmemorativos.
• Lo acogedora que era su familia: siempre que íbamos a su casa en Villa Francia su mamá nos recibía muy amablemente, dulcemente, siempre aparecía algún detalle además de su sonrisa, … y sus hermanos era un clima de convivencia muy relajado y respetuoso
• El póster que tenia en su pieza con la frase de de Lennon …”y los de acá hagan sonar sus joyas”
Quien iba a imaginar siquiera que nuestras historias estarían para siempre cruzadas cuando nos conocimos ese verano de 1979 en Playas Blancas, al lado de la laguna el Peral.
Los papás de Eduardo, Manuel y Luisa, se conocían desde jóvenes con mis padres, cuando formaban parte de las JOC (juventud obrera Católica), y acometían con entusiasmo el llamado de la Iglesia a hacerse parte de los procesos sociales y políticos que se gestaban en la década del sesenta.
Años después, bajo la dictadura militar Manuel, trabajando en la Vicaría de la Solidaridad Sur, y mi madre en los talleres para mujeres poblacionales, que la vicaría apoyaba, implementaron por varios años seguidos los campamentos de verano que marcaron a fuego a tantos niños y jóvenes como nosotros en esos años. Así fue como nos conocimos, éramos todos niños que comenzábamos a asomar nuestros ojos a la realidad abismante de esa época dolorosa: El Eduardo y sus hermanos, Rafael, Pablo y Ana, Mi hermana Araceli y yo y varias decenas de jóvenes como nosotros que después fuimos protagonistas de esa historia dolorosamente bella bajo la dictadura.
Forjamos una amistad hermosa y sincera, nos pasamos largas horas alrededor de una fogata playera conversando sobre la realidad nacional y el papel que nos cabía como jóvenes. A veces discutimos airadamente; otras, admiramos y reconocimos los aportes que cada cual hizo respecto de algún punto determinado y así, verano a verano, fue naciendo entre todos nosotros el cariño, el respeto y la admiración que quedó grabado en nuestros corazones.
Cada verano el encuentro fue mas grato, mas esperado. Contarnos de lo que cada cual había realizado durante el año en sus respectivas poblaciones, compartir experiencias, dar consejos, volver a discutir una y otra vez, las viejas cuestiones filosóficas y doctrinarias para terminar después paseando por la playa, cantando alrededor de la hoguera junto a todos los amigos, haciéndonos cómplices para conversar con la niña que le gustaba, en fin, jóvenes infinitamente cotidianos.
Sin proponérnoslo, sin acuerdos previos, sin presiones o imposiciones, de manera absolutamente natural nuestros caminos políticos siguieron la misma dirección y el reencontrarnos en el seno de MIR en diversas actividades políticas, sociales o de otro tipo fue otro motivo más para fortalecer el cariño y admiración que nos tuvimos.
Hacia el año 82 nos encontramos nuevamente en el Pedagógico. Eduardo destacaba como Dirigente de la UNED y yo, aunque no formaba parte de la estructura estudiantil, lo seguía feliz en todas sus andanzas: las protestas, las marchas, las asambleas, las tomas del casino y la cafetería, con apaleo incluido. Así, a medida que se agudizó la lucha de esos años con el advenimiento de las protestas populares, nos vimos cada vez menos pero siempre nos reencontramos en las jornadas de protesta en el Pedagógico.
Ese fue el ultimo recuerdo que tengo de Eduardo y También de Rafael: una de las últimas protestas de año 84 en el Peda, rodeados de pacos y militares: El Eduardo y Rafael, David, yo y varios amigos mas enfrentándonos a pedradas en medio del humo, las lacrimógenas, empapados de sudor, tras los muros de la calle Grecia, al lado de la escuela de música. Fue la última vez. Después, a pocos días de volver de mi relegación, solo lo pude ver tras el vidrio del ataúd y cantarle junto a mis amigos del grupo Creación, su última canción de despedida.
Esteban Romo
Yo pedí que a través del grupo del Peda se hicieran llegar recordatorios personales sobre nuestro querido Pelao Vergara. Y si se hizo así, lo que estaba era la intención de personalizar la fecha y de mostrar que estos héroes, nuestros héroes, fueron alguna vez como nosotros: carne y hueso. Sangre pensante, cerebro en acción, partes de un solo cuerpo colectivo que, cual más, cual menos, buscábamos lo mismo: el fin de lo espantoso.
Eduardo tenía diecinueve años. Rafael, diecisiete. Pensemos un momento en eso. Muchos de nosotros ya tenemos hijos de esas edades. Y los vemos como niños. Pues bien: Eduardo, Rafael y todos nosotros éramos eso: niños, niños que se plantaban frente al horror, que desafiaban al monstruo y que creían que era posible cambiar lo muerto por lo vivo. Y es bueno recordar que en esos tiempos de muerte y dolor éramos capaces de pasarlo bien y ser felices. Seguramente la edad misma nos protegía. Para todos nosotros la juventud era lo que debe ser: un tiempo luminoso, de aprendizaje fervoroso, pasión ciega y risa eléctrica. El Pelao eras uno más en nuestro soberbio jolgorio que intentaba tomarse por asalto el palacio de todos los inviernos.
Para nosotros, los de entonces, (la pomposa generación ochentera), es ineludible un hecho: conocimos al Joven Combatiente, fuimos amigos, polemizamos, no pocas veces discutimos, pero caminamos junto a él. Y recordar hoy su espantosa muerte es volver a sentir un estremecimiento, como cuando una bala pasa muy cerca, zumbando en los oídos, pero si tocarnos a nosotros. Por todo eso, el 29 de marzo de 1985 marca el fin de la infancia. Recordemos la incredulidad de los días siguientes, las nerviosas llamadas telefónicas confirmando lo que no queríamos saber: el muerto era él y su hermano. Había que crecer aceleradamente, tener fuerza en el espíritu y en la carne como para cargar sobre los hombros un par de ataúdes demasiado jóvenes.
Han pasado veinticinco años. El día del Joven Combatiente ocupa en la pauta periodística un lugar entre lo policial. En nuestra propia pauta vivencial sabemos que es otro el sentido. Es el joven combatiente en homenaje a quienes murieron ese día entregando lo mejor de la flor de su cortísima edad. Además de Rafael y Eduardo, también cayó, en otro lugar de la ciudad, Paulina Aguirre, no la olvidemos. Y como en un esfuerzo barroco de tapar un horror con otro, en esas fechas se produjo el triple degollamiento de Parada, Guerrero y Nattino. Años después, su hermano mayor, Pablo, junto a Araceli Romo cayó en otro episodio de ese combate utópico y sin fin. Recuerdo al mismo Pablo y su serena arenga en el Cementerio General de Santiago, un 31 de marzo de 1985. Tanta sangre, tanta…
Ninguno de ellos se merece ni un pedazo de olvido. Es otra vez el día del joven combatiente. Recordemos que nosotros también fuimos jóvenes combatientes. ¿Qué somos ahora? Nuestra lucha aún espera su victoria.
Los textos siguientes son apenas retazos de recuerdos del paso de Eduardo por nuestras vidas. Desde el más breve al más extenso, cada uno tiene su mérito. Son atisbos de una vida, retazos de la memoria de uno que fue como nosotros y que ya no nos acompaña.
No olvidar. No es una estatua, no es una fecha en el calendario, no es un despacho morboso de Chilevisión: es el día de Nuestro Joven Combatiente. Recordémoslo con una sonrisa cargada de futuro, arriba de las mesas del Casino, argumentando en alguna reunión semiclandestina, o pintando una muralla. Lo visible en estos días es lo noticioso, lo que llama la atención. Pero quizás tenemos que hacer un esfuerzo por sacar a flote lo mejor de aquellos tiempos, nuestro sudoroso y agitado día a día, nuestra felicidad, nuestra esperanza, que parece que quedó guardada en un ropero. Porque nuestra juventud fue mucho más que “Los Ochenta”, con todo su rating, hagamos memoria viva de lo que fuimos, de lo que Eduardo, Rafael, Pablo, Paulina, Araceli y tantos más fueron: jóvenes alegres, jóvenes combatientes, apenas niños mártires de una utopía que sigue sin cumplirse.
Un abrazo
Pablo Padilla Rubio
Tengo un recuerdo súper lindo y simple del pelao: con unas compañeras estábamos en la pieza y llega la mamá con una bandeja llena de tunas peladitas, cortaditas. Dulce.
Carmen Ulloa
Su nombre en las marchas , su nombre en el panfleto y la muralla del baño del peda.
Lo recuerdo en la voz de mi amigo- profesor contándome de sus tejeres de historia y del día en que se fue.
En el sudor corporal que me venia en la marcha....miedo, ansiedad y estar presente igual.
Su madre hablando, haciendo Tai Chi.
De Eduardo conozco el amor que dejó, el sueño que sembró, la valentía que en mi se multiplico.
Pamela Solar
Recuerdos del pelao Eduardo
El Contexto: el año 83 entro a estudiar historia en el peda y ahí estaba el Eduardo en 2º año y me integro a la UNED
Algunas escenas:
• Cuando me protegió de un hueón que me quería sacar a la calle estando los pacos, en plena protesta: estábamos cerrando la reja que daba para Grecia, en esa época no existía el murallón que hay ahora, y un hueón aparece por afuera y me toma del brazo tirándome hacia fuera pero instantáneamente Eduardo me sujeta y patea al hueón y cerramos la reja
• Cuando en Coronel, en los trabajos voluntarios se venia cantando “solo le pido a dios” acompañado de su guitarra: no se, es un bonito recuerdo de su espíritu humanista, sentados al final de la micro hacia el gimnasio del sindicato de Coronel donde alojábamos y después de una larga jornada él volvía cantando.
• Sus discursos y su dedo índice, igual que su papá: todos sus discursos con su característica mano indicando con el índice, igual como lo hace su papá cuando lo recuerda a él en los actos conmemorativos.
• Lo acogedora que era su familia: siempre que íbamos a su casa en Villa Francia su mamá nos recibía muy amablemente, dulcemente, siempre aparecía algún detalle además de su sonrisa, … y sus hermanos era un clima de convivencia muy relajado y respetuoso
• El póster que tenia en su pieza con la frase de de Lennon …”y los de acá hagan sonar sus joyas”
Quien iba a imaginar siquiera que nuestras historias estarían para siempre cruzadas cuando nos conocimos ese verano de 1979 en Playas Blancas, al lado de la laguna el Peral.
Los papás de Eduardo, Manuel y Luisa, se conocían desde jóvenes con mis padres, cuando formaban parte de las JOC (juventud obrera Católica), y acometían con entusiasmo el llamado de la Iglesia a hacerse parte de los procesos sociales y políticos que se gestaban en la década del sesenta.
Años después, bajo la dictadura militar Manuel, trabajando en la Vicaría de la Solidaridad Sur, y mi madre en los talleres para mujeres poblacionales, que la vicaría apoyaba, implementaron por varios años seguidos los campamentos de verano que marcaron a fuego a tantos niños y jóvenes como nosotros en esos años. Así fue como nos conocimos, éramos todos niños que comenzábamos a asomar nuestros ojos a la realidad abismante de esa época dolorosa: El Eduardo y sus hermanos, Rafael, Pablo y Ana, Mi hermana Araceli y yo y varias decenas de jóvenes como nosotros que después fuimos protagonistas de esa historia dolorosamente bella bajo la dictadura.
Forjamos una amistad hermosa y sincera, nos pasamos largas horas alrededor de una fogata playera conversando sobre la realidad nacional y el papel que nos cabía como jóvenes. A veces discutimos airadamente; otras, admiramos y reconocimos los aportes que cada cual hizo respecto de algún punto determinado y así, verano a verano, fue naciendo entre todos nosotros el cariño, el respeto y la admiración que quedó grabado en nuestros corazones.
Cada verano el encuentro fue mas grato, mas esperado. Contarnos de lo que cada cual había realizado durante el año en sus respectivas poblaciones, compartir experiencias, dar consejos, volver a discutir una y otra vez, las viejas cuestiones filosóficas y doctrinarias para terminar después paseando por la playa, cantando alrededor de la hoguera junto a todos los amigos, haciéndonos cómplices para conversar con la niña que le gustaba, en fin, jóvenes infinitamente cotidianos.
Sin proponérnoslo, sin acuerdos previos, sin presiones o imposiciones, de manera absolutamente natural nuestros caminos políticos siguieron la misma dirección y el reencontrarnos en el seno de MIR en diversas actividades políticas, sociales o de otro tipo fue otro motivo más para fortalecer el cariño y admiración que nos tuvimos.
Hacia el año 82 nos encontramos nuevamente en el Pedagógico. Eduardo destacaba como Dirigente de la UNED y yo, aunque no formaba parte de la estructura estudiantil, lo seguía feliz en todas sus andanzas: las protestas, las marchas, las asambleas, las tomas del casino y la cafetería, con apaleo incluido. Así, a medida que se agudizó la lucha de esos años con el advenimiento de las protestas populares, nos vimos cada vez menos pero siempre nos reencontramos en las jornadas de protesta en el Pedagógico.
Ese fue el ultimo recuerdo que tengo de Eduardo y También de Rafael: una de las últimas protestas de año 84 en el Peda, rodeados de pacos y militares: El Eduardo y Rafael, David, yo y varios amigos mas enfrentándonos a pedradas en medio del humo, las lacrimógenas, empapados de sudor, tras los muros de la calle Grecia, al lado de la escuela de música. Fue la última vez. Después, a pocos días de volver de mi relegación, solo lo pude ver tras el vidrio del ataúd y cantarle junto a mis amigos del grupo Creación, su última canción de despedida.
Esteban Romo