viernes, junio 24, 2005

Todos apurados

Estos niños a los que su futuro podrido los puso pestilentes y sucios mientras tratan de venderse hasta el último de sus sticker de Walt Disney: todos apurados.

Los que vamos diez minutos tarde rumbo a la pega y al pagar en la micro temblorosa se nos caen las monedas y ellas ruedan bajo los asientos y entonces los demás pasajeros nos miran con algo así como la pena: todos apurados.

Las seis chicas de correcto uniforme corporativo que estiran a carcajadas sus cuarenta y cinco minutos de colación y que toman helados baratitos en la sombra de su esquina, a pasos del sitio donde se lo trabajan todo calladitas: todas apuradas.

La pareja que avanza implacable y de la mano entre los ambulantes de la vereda. Él le discute a un celular casi invisible. Ella aprieta su cartera como si se le quisiera escapar. Me mira por un segundo, y su mirada me atraviesa: todos apurados.

Un auto de color negro y brillos de lata cara cruza justo en el límite entre la luz amarilla y la verde, el conductor nos mira a todos con ojos que centellean también caros mientras corremos para evitar su prisa de dieciocho millones de pesos: todos apurados.

La muchedumbre que se empuja y forcejea para subir del metro para bajar del metro para cruzar de un lado al otro la avenida como ejércitos que se embisten que se funden que se disgregan en el apure de su trámite: la vida: todos apurados.
Todos apurados y hay sirenas y hay balizas y ambulancias y bomberos que desgarran trabajosamente el taco hasta llegar a sus objetivo, apurados y en prisa dolorosa: entonces te pones los fonos y te escuchas las noticias: hay seis de los nuestros que cayeron y están muertos en medio del despacho de este mediodía, dices, hablan de latones y hierros retorcidos, seis de los nuestros, sus nombres se esparcen por las ciudades que componen La Ciudad, y llora algún niño en medio de su propio futuro, y llegamos atrasados a la pega y sigue esta devastación, siguen las chicas lamiendo sus helados baratos y a quién le importan sus carcajadas, si esto no es una guerra entonces cómo caen así seis de los nuestros, y la pareja llega de la mano a su destino o se separan en el camino y saben que ayer cayó otro de los nuestros antes que los seis de hoy y un auto de color negro se estaciona a un par de cuadras de otra muerte y el conductor se baja y no mira a nadie y entra al edificio y mientras los nuestros caen desde las alturas las alturas las alturas las muchedumbres se apretujan en sus trenes en sus micros quieren llegar temprano a casa quieren encender sus teles para ver los nombres de estos seis de estos siete de estos cien que caen desde las alturas todos apurados, todos tan apurados: Daniel Rodríguez, Nelson Nahuel, Roberto Silva, Luis Morales, Leopoldo Mofré, Cristián Ramos, Juan Reinoso.