viernes, junio 24, 2005

Chupar

Definiciones
Mi diccionario dice de este verbo: absorber; succionar.
La tierra se chupa la lluvia. La guagua chupa la teta. O uno se chupa cuando la timidez lo vence, o queda chupado después de una enfermedad grave.
Pero está el chupar “a secas”, el mero chupar sin complemento ni apellido. Cuando se habla de chupar así, no es necesario agregar nada, ya sabemos de que se trata.
Se chupa el vino, el pisco, la cerveza. Chupar a secas es empaparse por dentro de alcohol, en sus distintas formas. Chupar es chupar copete.
No hay equívocos a la hora de chupar. Cuando alguien es “bueno para chupar”, no se apunta a ningún otro tipo de succión. Y si ese fuera el caso, se debe explicitar: chupapicos, chupamedias, chupacabras, chupados: son todos otros animales dentro una fauna donde los buenos para chupar son los reyes.

Los inicios
¿Cuándo se empieza a chupar? Hay estadísticas recientes al respecto, las que indican que la edad de iniciación chupatera anda alrededor de los 13 años. La adolescencia, entonces, parece ser la edad chupadora por excelencia, pero no en exclusiva. Generalmente, el bueno para chupar lo es para toda la vida. El imaginario colectivo atribuye a este hábito muchos casos de larga vida. De estos profesionales se encarga la ciencia médica, o grupos variados de autoayuda. Es decir, se preocupan de que dejen de chupar, lo que, en una mayoría de los casos, es imposible. Perseveran los chupadores en su empeño.
Tengo unos vagos recuerdos de mis chupadas tempranas, en los que se mezcla mis chupadas de leche con una manga de curados tomando a destajo. El cuadro es el siguiente: por pura maña yo tomé leche en mamadera hasta cerca de los diez años de edad. Decir mamadera es mucho: en realidad se trataba de esas botellas de cerveza chicas, color verde o café, a las cuales se les ensartaba un chupete largo como un condón. En ese tiempo mi padre administraba la botillería de mi abuelo. Llegando yo del colegio, tipo seis de la tarde, pasaba al local, que más que botillería, operaba como clandestino donde los curagüillas iban a tratar de matar, infructuosamente, su sed.
Mi padre tenía mi leche lista en la botella cervecera, me la entregaba, y yo me iba hacia la bodega, donde me sentaba en una caja de vino, en ese tiempo eran de madera, y frente ponía otra, a manera de mesa. Como no podía dejar de leer algo mientras tragaba, él me entregaba una revista, generalmente una “Cosquillas” o “Viejo Verde”. Así chupaba yo mi leche en botella de cerveza, admirando a las contundentes hembras retratadas en blanco y negro, bajo la atenta mirada de las arañas y los ratones de la bodega de la botillería, rodeado de garrafas y chuicas. Chupar (leche, en ese caso), era la vida. De chupadas posteriores, de momento mejor no hablar. El chupar nubla la memoria.

La metachupada
Chupar es más que succionar o absorver. Chupar siempre es más. Chupar es sobrevivir a una sed infinita, minuciosa, la sequía de la garganta que nunca gritó lo que debía, ni lloró ni rió. Chupar es salir a buscar los ríos de agua viva y despreciarlos por tibios o suaves; o mejor aún, milagrosamente mutarlos en el vino de la eterna noche. El primer milagro de Cristo fue convertir el agua en vino. Lo hizo a pedido de su madre, doña María. No es poca cosa. Que siga la fiesta, de eso se trataba. Si el vino se acaba, dónde vamos a parar. No puede ser, Señor. Que siga la chupatera.
Chupar es mucho más que tragar. “Juntemonos a chupar” es la formula sacramental pronunciada para buscar la salvación del mal minuto, la mala hora, el año malo. Afuera llueve y llueve, sin piedad. La tierra se chupa la lluvia. Adentro, bajo techo, el vino desde su lecho de vidrio combate todo el frío, dibuja la sonrisa en la cara de los celebrantes que celebran cualquier cosa.
Afuera llueve y llueve. La procesión de cabros incesantemenente pasa rumbo a la botillería de turno, por la chela, por la caja de luca, por la de pisco, grapa o ron barato. Llueve y llueve pero, ¿quién detendrá la caravana de los chupadores? Las autoridades celebran con generosos brindis sus ingeniosas campañas contra el vicio de los otros. La industria del copete paga religiosamente los impuestos. No dejemos que el wiski extranjero avasalle al pisquito criollo. Salud. Salud. La salud es importante. Brindo por eso.
“Bebed: esta es mi sangre”, dijo el borracho bajo la lluvia después de recibir su púñalada. Alguien, luego, más tarde, cuando la ambulancia se retire, se chupara la sangre y su vino barato. El sacerdote alzará la copa entonces en la misa del difunto. Salud, y en la tierra, paz a los hombres borrachos.
Hay tantos chistes de curados. Un buen chiste es la palabra misma. El que se embriaga esta “curado”, o sea, se sana de algún mal, el mal supremo: la sobriedad. Hay tanto chiste, pero ser curado no es un chiste.
¿Y la suerte del curado? Supera largamente las siete vidas del gato. Sólo le compite la suerte del tonto. Entre estas dos fortunas, la humanidad se mantiene en pie, apenas, tambaleante, pero sin caer, quizás ayudada por un poste, una pared, o, lo mejor, en otro curado igual o peor. “Está fuerte el viento”, comentan con envidia los que no han chupado aún. A todos les llegará su hora. La enfermedad se acabará. Saldrán a chupar, a chupar con ganas, a chupar con rabia, a chupar con el buen empeño del que carga la sed más densa.
Saldrán a chupar, y al amanecer, cuando ni el reloj sepa qué chucha de hora es, por fin y para siempre, estarán curados.