viernes, junio 24, 2005

¿Hay alguien allí afuera?

Hace unos días tuve una larga charla con un tipo de mi pega. Se trataba de los rayados en los muros de la ciudad. El sujeto, a quien llamaré René, me decía que, aparte del daño que hacen a los vecinos, lo que más le molestaba era la falta de mensaje, el no decir nada, la falta de comunicación, creo que esa fue la expresión. “Mira, René, puede ser, pero hasta donde yo sé, no se trata de que no se comuniquen con sus rayados. Lo que pasa es que esas marcas son señales para una tribu restringida, y como ni tu ni yo somos sus destinatarios, por supuesto que el mensaje no nos llega”. En fin, discutimos largo rato. El tipo se encerró cada vez más en que rayar las murallas con extraños signos era nada más que una conducta antisocial, destructora del orden, atentatoria contra la propiedad y, en fin, un cúmulo de juicios de acero contra los rayadores.
Bueno, la discusión aún no se cierra, supongo que hoy continuará. Lo que me preocupa de esta conversación es la cerrazón mental de mi compañero. Se trata de un tipo que admite haber rayado muros en su juventud, pero lo hace desde una posición de superioridad, ya que en aquellos tiempos uno lo hacía “por un ideal”, “teníamos las cosas claras” y así, por ese tono. Le recuerdo que en esos tiempos, los rayados ya eran vistos como actos de vandalismo y hasta terrorismo, así que, más allá de los mensajes que se dejaran pintados, el tema es similar.
Me habló de que los jóvenes de ahora carecen de un fin sublime y de un sentido de país, como si esas cosas nacieran de la nada. No sé, el tema da para mucho. Grosso modo yo distingo dos posturas, la de comprender y la de encasillar. Él prefiere encasillar: los que rayan son unos delincuentes, que escupen en la calle, machetean tus monedas y hasta quieren “violar a tu mujer y a tu hija”, (textual). Él no ve ni el origen ni la solución, ni le interesa.
Curiosamente, con mi compañero de trabajo vivimos relativamente cerca, así que tenemos una visión de barrio similar. No es pobreza dura, puede ser una especie de clase media baja, casas de subsidio, mucho empleado particular, vendedores de tienda, pequeños comerciantes, trabajadores independientes. Lo que se llama “gente de esfuerzo”. Pues bien, mucha de esa gente de esfuerzo está trabajando sus doce, sus catorce horas al día. Lo hacen para mantener su “estatus”, lo que implica, en hartos casos, un auto, televisores gigantes, equipos de sonido, tevecable y un largo etcétera de consumo y hasta de ostentación. Los conozco. Luego, se atrasan en las cuotas del colegio, regatean si hay que pagar por un libro que sus hijos tienen que leer; de hecho, automáticamente prefieren la fotocopia al original, sin siquiera enterarse que en muchos casos la diferencia de precio es mínima.
Mientras esta buena gente se lo trabaja todo, sus hijos están por allí dando vueltas. Lo digo con primerísimo conocimiento de causa. Vivo a pasos de la botillería que los abastece, DESDE LA MAÑANA de la cerveza más barata, del pisco más horrendo, del vino más bigoteado.
Sus padres no son gente mala, sólo hacen la elección equivocada. Están financiando aparatos que les quedan grandes en sus casas de cuatrocientas uefes, mientras sus hijos tienen el vocabulario justo para machetear cada santa noche a la salida del boliche: “tío, una monea”.
Todo este ambiente incuba muchas cosas, incluso delincuencia. Pero lo que más incuba es el sinsentido, la dispersión, la marginalidad que mi compañero acusa en los que rayan su muralla. El sinsentido de estar financiando una vida banal, mientras la casa se derrumba. Se incuba infelicidad.
Bueno, empecé con el tema de los rayados. Primero, a mi también me carga que rayen mi muralla, no se ve tan linda. Pero tampoco se trata de que los que lo hacen sean todos unos bandidos. Si uno se toma el tiempo de ver un poco más allá, se da cuenta que hay mucho graffitti de calidad, que hay detrás una buena mano, que a ratos se acerca al arte. Generalmente, uno puede conversar con muchos de esos cabros y saber de qué se trata el asunto. Piden permiso para ocupar tu muro, y mantienen el mural. Por supuesto, si tu visión se limita a mirar detrás del vidrio lamentando el vandalismo ambiente, no vas a entender nada.
Hasta donde yo sé, esas marcas en los muros se llaman “tag”, y son algo así como la “firma” de determinados grupos o individuos. Si miras con detalle, te das cuenta que son letras, muy estilizadas. Es decir, los tipos están inventando tipografías. La idea, supongo, es dejar una especie de marca territorial. Yo no entiendo nada la mayoría de las veces. Lo que si entiendo es que por afuera de mi casa pasan unos chicos que están diciendo “hey, cachen, estoy aquí, pasé por tu vereda. Pasamos. Existimos”. No sé si a René le interesa. No sé si a los padres de los chicos les interesa. ¿A alguien por allí le importa? ¿Hay alguien afuera de aquí?

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Este relato es una delicia...
Ojala haya alguien más allá afuera que lo lea, tal vez lo incentive a mirar un poco más allá de la punta de su nariz.

10:17 a. m.  
Blogger raybanoutlet001 said...

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