Paranoia
Nos sentamos a la medianoche, sin querer, a conversar sobre la paranoia.
Ella me cuenta su propia experiencia persecutoria de hoy: que un tipo la miraba fijo en la biblioteca. Él le prestaba muy poca atención a lo que había en su libro. Su sensación no era de un simple acoso. Ella tenía toda la idea de que el sujeto era un agente que la estaba chequeando descaradamente.
La percepción se repitió más tarde, mientras vitrineaba en Estación Central. Esta vez sintió que otro hombre la seguía de escaparate en escaparate.
Mientras me lo contaba, yo recordaba mis propias experiencias de sentirme vigilado. Qué se yo, una vez caminando por el centro, sentí tan claro “el dedo de Dios en la nuca”, que no pude evitar iniciar automáticamente todas las rutinas de contra chequeo aprendidas en dictadura. Cambios de rumbo, meterse en una masa de gente, devolverse y mirar hacia atrás buscando en los reflejos de las vidrieras al posible “sapo”, todo hasta lograr algo de tranquilidad.
Ese día, (un viernes, según recuerdo), teníamos claro que el asunto era un resabio paranoide de nuestra juventud vivida bajo la tiranía. Sonaba simple y claro. Vivimos otros tiempos, Democracia ¿o no? Y restándole importancia al asunto, nos fundimos en un abrazo de profundo olvido.
Pues bien: el domingo siguiente, la llamada de una amiga de ella nos trajo el tema de vuelta. Con los ojos aún brillosos por la fuerte emoción de la noticia, ella me cuenta lo siguiente. Sucede que ese mismo viernes cuendo hablábamos de persecución, en la tarde se le hizo una funa (o “escrache”) a un personaje que fue su profesor de derecho procesal en la universidad. Un tal Revecco, un “chancho”, cercano a los alumnos, simpático, preocupado u consciente, resultó ser cómplice de torturas en tiempos de Pinochet, como funcionario de la llamada “justicia militar”. Los detalles de la funa mostraban que el sujeto incluso había estado involucrado en casos de personas amigas de nosotros.
Ella estaba especialmente golpeada, ya que incluso hace poco había hablado con él, pidiéndole algunos consejos académicos. La noticia nos dejó helados, con la clara certeza de que la paranoia tiene una raíz más real de lo que se cree. El chancho sigue trabajando en la “justicia militar”.
Y eso quiere decir que sigue ostentando buena parte del poder que lo hizo ser objeto de funas. Quién sabe si sigue interrogando presos con la pistola en el escritorio, como en sus mejores tiempos. Quién sabe si de cada alumno tiene en su computador un instructivo dossier. Quién sabe si detrás de esa mirada serena con la cual atiende a todos está el agudo ojo del cazador de antaño. Quién sabe si el tipo de la biblioteca no estaba mandado por él, para mantener bajo control a unas alumnas que alguna vez hicieron un par de preguntas incómodas. Quién sabe.
El miércoles siguiente, la paranoia da otra vuelta por la vida nuestra. Los liceos más conocidos de Santiago fueron tomados por los estudiantes. Ellos piden mejor educación, trato digno, en fin, puras utopías. Entre ellos está el hijo de 15 años de una amiga, la misma que nos contó de la funa al profe. Cuento corto: los pacos (la policía), entraron al liceo y se llevaron presos de una a más de 200 chicos. Los retuvieron hasta la noche en la comisaría, mientras cientos de padres aguardaban afuera, con santa paciencia de chileno, a que les devolviesen a sus niños. Y en la espera, adivinen quién entró en auto al cuartel. Justamente, el Chancho funado, ni más ni menos. Al rato salió caminando, como buen ciudadano, tranquilito él, piolita él, silencioso él. Mi amiga no se atrevió a decir nada. Al fin y al cabo, los amigos del marrano estaban adentro con su hijo, y a estás alturas de la paranoia, mejor dejarlo de momento así.
En fin. Esta es una historia sin cerrar. Seguramente deberemos seguir encontrándonos con este y otros cerdos en la calle. Deberemos seguir sintiendo en la nuca el dedo escrutador de un Dios carnívoro. Deberemos seguir haciendo como que no pasa nada, para preservar la paz, la tranquilidad, la pega (laburo) en este puto país con vista al mar. ¿O no?
Urbano Matus
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Ella me cuenta su propia experiencia persecutoria de hoy: que un tipo la miraba fijo en la biblioteca. Él le prestaba muy poca atención a lo que había en su libro. Su sensación no era de un simple acoso. Ella tenía toda la idea de que el sujeto era un agente que la estaba chequeando descaradamente.
La percepción se repitió más tarde, mientras vitrineaba en Estación Central. Esta vez sintió que otro hombre la seguía de escaparate en escaparate.
Mientras me lo contaba, yo recordaba mis propias experiencias de sentirme vigilado. Qué se yo, una vez caminando por el centro, sentí tan claro “el dedo de Dios en la nuca”, que no pude evitar iniciar automáticamente todas las rutinas de contra chequeo aprendidas en dictadura. Cambios de rumbo, meterse en una masa de gente, devolverse y mirar hacia atrás buscando en los reflejos de las vidrieras al posible “sapo”, todo hasta lograr algo de tranquilidad.
Ese día, (un viernes, según recuerdo), teníamos claro que el asunto era un resabio paranoide de nuestra juventud vivida bajo la tiranía. Sonaba simple y claro. Vivimos otros tiempos, Democracia ¿o no? Y restándole importancia al asunto, nos fundimos en un abrazo de profundo olvido.
Pues bien: el domingo siguiente, la llamada de una amiga de ella nos trajo el tema de vuelta. Con los ojos aún brillosos por la fuerte emoción de la noticia, ella me cuenta lo siguiente. Sucede que ese mismo viernes cuendo hablábamos de persecución, en la tarde se le hizo una funa (o “escrache”) a un personaje que fue su profesor de derecho procesal en la universidad. Un tal Revecco, un “chancho”, cercano a los alumnos, simpático, preocupado u consciente, resultó ser cómplice de torturas en tiempos de Pinochet, como funcionario de la llamada “justicia militar”. Los detalles de la funa mostraban que el sujeto incluso había estado involucrado en casos de personas amigas de nosotros.
Ella estaba especialmente golpeada, ya que incluso hace poco había hablado con él, pidiéndole algunos consejos académicos. La noticia nos dejó helados, con la clara certeza de que la paranoia tiene una raíz más real de lo que se cree. El chancho sigue trabajando en la “justicia militar”.
Y eso quiere decir que sigue ostentando buena parte del poder que lo hizo ser objeto de funas. Quién sabe si sigue interrogando presos con la pistola en el escritorio, como en sus mejores tiempos. Quién sabe si de cada alumno tiene en su computador un instructivo dossier. Quién sabe si detrás de esa mirada serena con la cual atiende a todos está el agudo ojo del cazador de antaño. Quién sabe si el tipo de la biblioteca no estaba mandado por él, para mantener bajo control a unas alumnas que alguna vez hicieron un par de preguntas incómodas. Quién sabe.
El miércoles siguiente, la paranoia da otra vuelta por la vida nuestra. Los liceos más conocidos de Santiago fueron tomados por los estudiantes. Ellos piden mejor educación, trato digno, en fin, puras utopías. Entre ellos está el hijo de 15 años de una amiga, la misma que nos contó de la funa al profe. Cuento corto: los pacos (la policía), entraron al liceo y se llevaron presos de una a más de 200 chicos. Los retuvieron hasta la noche en la comisaría, mientras cientos de padres aguardaban afuera, con santa paciencia de chileno, a que les devolviesen a sus niños. Y en la espera, adivinen quién entró en auto al cuartel. Justamente, el Chancho funado, ni más ni menos. Al rato salió caminando, como buen ciudadano, tranquilito él, piolita él, silencioso él. Mi amiga no se atrevió a decir nada. Al fin y al cabo, los amigos del marrano estaban adentro con su hijo, y a estás alturas de la paranoia, mejor dejarlo de momento así.
En fin. Esta es una historia sin cerrar. Seguramente deberemos seguir encontrándonos con este y otros cerdos en la calle. Deberemos seguir sintiendo en la nuca el dedo escrutador de un Dios carnívoro. Deberemos seguir haciendo como que no pasa nada, para preservar la paz, la tranquilidad, la pega (laburo) en este puto país con vista al mar. ¿O no?
Urbano Matus
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